La actuación de los directivos marca el futuro de las empresas. Esta verdad de perogrullo muchas veces viene empañada porque detrás de cada acción se esconde una buena persona que no un buen profesional y nos cuesta distinguir si la situación es producto de un liderazgo ineficiente o de la coyuntura. De todos modos como los hechos son lo que cuenta vale la pena tener a mano indicadores que nos den señales de alarma para mejorar como líderes o para pensar en un cambio.
Se trata de indicadores de liderazgo definidos por Steve Tobak en los que alguna vez nos habremos sentido reflejados o de los que habremos sido víctimas. Como crean disfunciones en el comportamiento de las empresas son signos de que la cosa empieza a hacer aguas y hay que tomar medidas.
- Efecto torre de marfil: Se da cuando la cultura de la empresa empuja a los directivos a vivir al margen de la realidad y a tomar decisiones en consecuencia. El efecto que se produce es una división entre los directivos, que no se enteran de lo que está pasando, y el resto de colaboradores que ven perplejos como se va liando la cosa. De la sorna inicial se puede pasar al terror por las consecuencias de las decisiones mal tomadas.
- Bandos enfrentados: Las “naturales” tensiones entre departamentos o filiales acaban convirtiendo la situación en difícilmente gobernable, las decisiones se retrasan y la vida de la empresa se ralentiza. No se trata de ninguna situación natural, es un producto de un estilo de dirección poco eficaz a largo plazo porque el divide y vencerás tiene grandes riesgos.
- Moverse a bandazos: ¿Cuántas veces hemos sido víctimas de un zafarrancho de combate por una nimiedad? Es otro estilo de liderazgo que pone en peligro la organización porque como cada día sale a la luz algo importantísimo que moviliza a toda la organización y al final no hay ninguna línea coherente a seguir. Lo de hoy es importante pero deja de serlo cuando mañana sale algo que aun lo es más.
- Parálisis por el análisis: La organización se encierra en recopilar datos y explicaciones que sirven para poner en evidencia que se necesitan más datos y explicaciones y nadie toma decisiones sobre las cosas importantes y al final alguien se da cuenta que el arroz está pasado y se han perdido clientes y oportunidades.
- Maniqueísmo: Aquí no hay bandos enfrentados, simplemente se otorga a unos el papel de buenos y el resto son malos. Y como siempre pasa los buenos están en un pedestal gozando de prebendas y a los malos no sólo se les denigra si no que se les aplica el peso de todos los manuales de procedimientos juntos. El control interno se va a pique.
- Mentalidad de silo: Se actúa en compartimentos estancos y la mano derecha no sabe lo que hace la mano izquierda. Cada departamento es un reino de taifas y la empresa un conjunto de bunkers.
- Vaca Sagrada: Cuando un directivo generalmente con un peso histórico importante se apropia de determinados proyectos , actúa al margen de cualquier directiva o procedimiento, responde con agresividad ante cualquier intento de fiscalización y nadie se atreva a pararle los pies, ni el mismo consejo de administración hasta que es demasiado tarde.
¿Suenan a familiares estos indicadores? ¿Qué acciones podemos poner en marcha cuando se encienden las señales de alarma?
Asesor de marca personal y socio de Soymimarca / Profesor Asociado en la Facultad de Comunicación Blanquerna (URL) y Director del Posgrado en Personal Branding en la Facultad de Comunicación Blanquerna (URL) / Economista (UAB). / PDD & MBA (IESE Business School & The University of Chicago). / Coach titulado (University of Texas, Dallas). Miembro de AECOP. / Miembro certificado de la International Coach Federation ( Associate Certified Coach). / 25 años CFO,CEO. Co fundador del Grupo Sintax Logistica.
Es relativamente difícil no encontrar alguno de estos síntomas en una multinacional, aunque encontrarlos todos o casi todos sí es preocupante, no sólo porque la empresa va a hacer aguas de forma inminente, también porque en ese caso la empresa como tal ya no existe en la cabeza de nadie, es decir, los tripulantes de ese barco que hace aguas sólo piensan en el pequeño mundo diario de su puesto en proa, en una bodega o en el puente de mando en el caso de los directivos, pero nadie recuerda que forman parte de un todo, que facilitar las tareas a otro departamento que vive otra realidad diaria es en realidad ayudarse a sí mismos porque todos van en el mismo barco y si se hunde, se hunden todos con él. Acomodarse en un pequeño nido en el que las cosas parezcan ir bien ignorando la situación global es peligroso en ambos extremos: puede que globalmente las cosas vayan muy bien y lo que parecía bueno no lo es tanto porque se puede estar ignorando que hay más recursos para invertir en mejoras, o el caso contrario, puede que un departamento que logra facturar cumpliendo objetivos pida recursos fuera de toda órbita para la dirección de una empresa que atraviesa una situación crítica.
Como reflexión añadida al artículo, que es realmente bueno, hace ya tiempo que en Europa la gente parece aportar su granito de arena únicamente por evitar ese hundimiento del barco –que no es poco- en lugar de pensar en «las tierras por conquistar» o hacer un buen papel en la regata frente a otros barcos con los que en realidad compiten en el mercado. No es que esa motivación anti-hundimiento sea errónea, pero sí pobre: a la larga genera un pensamiento colectivo renqueante y casi depresivo que desde luego no ayuda al crecimiento y a la recuperación económica que ahora hace falta. Apretarse el cinturón no basta, hay que crear motores. Es misión de la dirección, más allá de identificar y corregir los síntomas que describe el artículo, motivar a la plantilla y recordar de manera periódica las metas a lograr, la capacidad del equipo para lograrlas y las ‘mieles del éxito’ cuando se logran.
Marc Lumpuy