Amigo lector:
Recibe mi más cordial y afectuoso saludo en esta segunda entrega de la serie En defensa de la marca personal. Como ya sabes si leíste la primera parte, se trata de cinco artículos de publicación semanal consecutiva que estoy proponiendo en respuesta a la sugerencia de mi amigo y colega, el Maestro Guillem Recolons, en los cuales procuro aportar respuestas a algunas interrogantes derivadas de las críticas y los cuestionamientos hechos por el reconocido profesional español Amalio Rey al concepto marca personal y a su práctica, en un artículo recientemente publicado en su blog. Y aunque esta vez me he centrado en debatir con Amalio, debes saber que él no es ni mucho menos el único que cuestiona y critica el concepto que aquí trabajamos, y su práctica; precisamente por eso es tan importante debatir al respecto, para demostrar las bondades y virtudes de la marca personal y su gestión correcta y efectiva, y también para aprender de las buenas críticas que recibamos, y con base en ello, mejorar sistemáticamente nuestros desempeños en el personal branding.
Las preguntas a las que daré respuesta hoy -tomado todo ello de mi reciente entrevista bidireccional transoceánica con el Maestro Jordi Collell– son las siguientes:
- ¿Solo podemos y debemos gestionar la componente profesional de nuestra marca personal?
- ¿El personal branding supone la construcción, adopción y “venta” de una “identidad calculada”?
Se trata de dos temas muy polémicos y que generan mucho debate entre quienes defendemos el concepto y sus buenas prácticas, y quienes lo cuestionan, critican, rechazan o descalifican. Espero poder presentar argumentos suficientes y pertinentes en cada uno de estos cinco trabajos, en defensa de las posiciones que los practicantes, adeptos y creyentes en el personal branding sostenemos y procuramos avalar con nuestros desempeños profesionales en el campo. Y por otra parte, aclaro que el análisis que hago no es en modo alguno exhaustivo ni lo considero acabado; solo he seleccionado algunos fragmentos del post de Amalio, que me han parecido los más pertinentes para explicar a partir de ellos las posiciones que sostengo (aunque sin descontextualizarlos en modo alguno, que no es de eso que se trata este proceso). Pero en dicho artículo, y en el debate generado por los comentarios que aparecen debajo del mismo, hay mucha más materia de análisis; de hecho, la cuarta y la quinta de mis cinco entregas se concentran bastante en algunas zonas de dicho debate.
Y conste lo siguiente: ya he pensado seriamente en regresar más adelante sobre el tema (será en 2020, si la fuerza me acompaña), retomando algunas otras de las ideas propuestas por Amalio y evaluándolas en sintonía analítica con las de otros varios críticos del personal branding a quienes he leído -y a veces respondido– o lea en adelante, para identificar tendencias y puntos comunes de dichas posiciones cuestionadoras y/o críticas -algunas llegan a ser descalificadoras-; valorar cuáles de ellas/os pueden ayudarnos a mejorar lo que hacemos (y cómo, y cuánto, y con qué); y cuando corresponda, ofrecer los argumentos que a mi juicio puedan demostrar su impertinencia, o en casos extremos (que los hay, y me consta), la intención malsana que pueda sustentarlos.
Avancemos pues, amigo lector. Gracias por ser, por estar, por acompañarme hoy y siempre.
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¿Solo podemos y debemos gestionar la componente profesional de nuestra marca personal?
Dice Amalio:
“Andrés Pérez Ortega, el profesional que, a mi juicio, ha escrito más y mejor sobre este tema, lo ve como la estrategia que permite que ‘una persona se convierta en la opción preferente en un proceso de elección’. Esto último obliga a pensar, por ejemplo, en para qué tipos de cosas nos gustaría que nos elijan, y hacerlo desde una revisión profunda de nuestras fortalezas y pasiones. Esa lectura de Andrés, si se hace desde una perspectiva estrictamente profesional, me parece útil y acertada. Yo la suscribo”.
Mi comentario:
100 % de acuerdo con Amalio, desde su positiva valoración de la obra de Andrés (con la cual coincido y así lo he expresado muchas veces) hasta su breve abordaje analítico de ella, el cual puede ser muy ampliado y estoy seguro de que Amalio lo hizo y hace. Mi única discrepancia aquí es con la evidente separación entre lo profesional y lo personal que Amalio nos propone, con lo cual yo no coincido: creo que en nuestros desempeños profesionales, inevitablemente se manifiesta explícita o implícitamente la persona que somos, desde todos los puntos de vista posibles (he hecho referencia ejemplificada a ello en mi ya citado trabajo de 2016 Sobre la marca personal de los líderes: el liderazgo político y su ejercicio son asuntos muy personales, en el cual, como parte de un breve análisis casuístico, propongo que “…no es posible tener resultados positivos en ninguna esfera de la vida profesional, despersonalizando su esencia y sentido”, y arribo luego a la conclusión de que “en una actividad profesional, todo es personal”).
Es más: considero y creo fácilmente demostrable que las situaciones que afrontamos en nuestra vida “personal” -de familia, de pareja, de salud, etc., etc.-, impactan favorable o desfavorablemente, según sea su curso, a los ejercicios profesionales que desarrollamos (y viceversa, por supuesto; pero no desarrollaré esta parte ahora, sino en otro post). Y si la persona que realmente somos no aflora de alguna forma en nuestro trabajo (por ejemplo, cuando actuamos un personaje forzándonos a “esconder” lo golpeados que estamos por algo feo que haya ocurrido en casa), ello significa que no estamos ofreciendo una imagen real de nosotros mismos; y esto puede afectarnos profesionalmente, porque nos pueden ser asignadas ciertas tareas que nuestro estado anímico no nos permitirá cumplir como se espera, por solo citar un brevísimo caso “práctico” entre tantos posibles.
Y por supuesto, la tendencia a actuar siempre o casi siempre así, nos convierte en personajes y suplanta a la persona que cada quien es. Algo en esta línea le respondí a Guillem en nuestra entrevista bidireccional de 2018, respondiendo a su pregunta # 6: “Si la autenticidad forma parte de la gestión de nuestra marca personal, ¿merece la pena mostrar abiertamente nuestras vulnerabilidades?”. A fuer de sinceros, yo creo y reitero que sí, al menos en todo lo que se relacione de una u otra forma con el trabajo profesional a realizar.
Por algo ha expresado y fundamentado el gran Howard Gardner que “las malas personas no pueden ser profesionales excelentes, no llegan a serlo nunca”, una frase cuya filosofía de base se ha convertido en una suerte de mantra para este servidor. En 2016 lo expresé así en mi artículo Marca personal: “¿creación” o gestión? (cito):
“Nuestro objetivo estratégico principal debe ser, simplemente, que cada bendita vez que una persona de nuestro entorno de incidencia y acción necesite algo relacionado con nuestra actividad profesional, piense en nosotros como primera opción, antes que en cualquier otra persona del campo.
Y observa que no escribí ‘antes que en cualquier otro profesional del campo’, sino ‘antes que en cualquier otra persona del campo’. Porque somos, primero que todo, personas. Y en mi opinión, debemos aspirar siempre a ser primera opción por ser buenas personas que -además- poseemos y vendemos un determinado expertise profesional; y no solo por este último atributo. Si únicamente destacamos para bien por nuestra excelencia profesional, hemos fracasado. La gente busca y quiere buenas personas a su alrededor, no máquinas profesionales de solución de problemas”.
Y un poco más tarde (2017, Mito # 1: La marca personal solo es para “famosos”),así: “…cuando interactuamos de cualquier forma con otros seres humanos, actuamos sobre ellos imponiéndoles carácter o dejándoles huella moral (quinta acepción del concepto marcar según el DRAE, entre otras varias que funcionan para el tema) y a partir de ello, somos y dejamos marca; o sea, somos conocidos, analizados, valorados y reconocidos de uno u otro modo –y luego recordados, eventualmente elegidos, y muchas veces recomendados– a partir de nuestras características, actuaciones y resultados de cualquier índole; todo lo cual constituye la esencia del concepto”.
Y claro, yo he vuelto sobre el tema una y otra y otra vez: esto que Amalio cuestiona representa una muy justa PREOCUPACIÓN que debe OCUPARNOS MUCHO A TODOS. Casi al final de esta respuesta propongo un cierre magistral del mismo, original de Andrés.
Este interesante y polémico asunto admite múltiples miradas más; siempre sugiero revisar al respecto el abordaje del Maestro Alfonso Alcántara sobre la “diferencia” entre marca personal y marca profesional; hoy agrego la interesante propuesta del propio Andrés titulada Marca personal, profesional y privada, en la cual nos plantea -¡todavía en 2011!- que “…cualquier profesional es, ante todo, persona”, y que “…lo que hace que un profesional consiga dejar una Marca Personal, una huella profunda, es el elemento personal. Mi experiencia me dice que una negociación puede cambiar completamente cuando se va más allá de las características técnicas de lo negociado, cuando en ambos lados de la mesa se establece una conexión emocional, una sintonía. Y eso no sucede si no entra el factor persona”. Muy claro, ¿verdad?
Y también agrego algo más de Andrés, tomado de una interesantísima entrevista suya de 2012. Disfrutemos esta añeja y muy vigente joya del Maestro:
“Si no has definido bien tu marca ni es auténtica, lo que va a ocurrir es que vas a estar soportando una serie de valores, características y cualidades que no van contigo. Es importante que esté bien definida y estructurada puesto que es para toda la vida…Es algo que va asociado a tu vida profesional y a tu vida personal”.
Poco que agregar, ¿verdad, Maestro Jordi?
Cierro el punto con una última cita de mi trabajo antes mencionado, asumiendo la política como lo que debe siempre ser: un ejercicio profesional.
“Regresemos a la política. Imaginemos un caso, por demás común y muy frecuente: dos amigos que militan en parcelas políticas diferentes, y que devienen rivales aspirando a una misma posición de gobierno o política en la eterna lucha por el poder. ¿Se resentirá o no la amistad, por antigua que sea, ante los inevitables ataques y contraataques que han de venir en el proceso? Porque, ¿cómo se demuestra que Juan no está haciendo bien su trabajo y que yo lo puedo hacer mejor, si no se ataca la gestión de Juan, y obviamente, a Juan mismo a través de su labor y resultados? No es posible evitarlo, simplemente. Lo más que puede hacerse es no mencionar a Juan por su nombre: solo hacer referencia a los problemas existentes. Pero…¿y quién es el responsable de esos problemas? ¿Y ese responsable no sentirá y resentirá el golpe? ¿Y qué sucederá después a nivel político…y sobre todo, a nivel personal-relacional?
Y conozco casos aún más complejos: matrimonios cuyos miembros militan en partidos diferentes, política y electoralmente contendientes. Y que conviven y deben educar a sus hijos en unos principios, unos valores, una ideología, una praxis, un concepto y enfoque de la vida y de cómo debe ser vivida, y una orientación ideo-política, ofreciéndoles modelos en tal sentido. Las propuestas públicas de sus respectivas organizaciones políticas en algunos o todos estos temas son radicalmente diferentes, y ellos deben buscar o construir un punto o espacio intermedio de acuerdo que no afecte ni a los hijos ni a la pareja ni a otros parientes, ni dificulte la convivencia ni tampoco choque contra sus convicciones ideo-político-partidarias…Resulta muy difícil, y no siempre se logra. ¿Y entonces? ¿Cómo separamos la política de lo personal?”
El punto actual y el que viene a continuación tienen mucho parentesco. Por ello, no nos extrañemos si algunos de mis comentarios al actual funcionan para el próximo, y viceversa. ¿Vale?
¿El personal branding supone la construcción, adopción y “venta” de una “identidad calculada”?
Dice Amalio:
“El exceso empieza, a mi juicio, cuando la gestión de esa imagen profesional se mezcla deliberadamente con la personal, adoptando una estrategia de proyección pública del ‘yo persona’ que sirva para vender el ‘yo S.A.’ desde una identidad calculada (NOTA: estas últimas negritas son mías, no de Amalio). Esa mezcolanza es bastante común gracias a las omnipresentes redes sociales”. Y más adelante, al autor explica y argumenta con bastante amplitud esta posición, desde sus propios supuestos de partida.
Mi comentario:
En mi opinión, y al margen del calificativo “exceso” -al cual asocio sanamente con la posición crítica del autor, y no con otras intenciones- la clave del asunto está en el concepto que Amalio propone como “identidad calculada”. Nuestra identidad es lo que realmente somos y nuestros diferentes atributos de toda índole que permiten identificarnos; nuestra imagen -algunos autores la llaman “identidad percibida”, entre ellos Guillem en este breve e interesantísimo post– es lo que los demás perciben de nosotros y cómo nos analizan, valoran y posicionan en sus mentes a partir de eso. Si distorsionamos deliberadamente determinados aspectos de nuestra identidad para ofrecer como imagen un disfraz (en las redes sociales, por ejemplo), estaremos cayendo justamente en las distorsiones de que vengo hablando en términos de gestión de marca personal; y ello no tiene por qué afectar al concepto, sino poner de manifiesto la mala práctica del branding personal por parte de quien lo hace. ¿Ante quién? En principio, ante los conocedores y practicantes serios del tema, que como he dicho al inicio de esta respuesta (y en otros trabajos como este, este y este), deben responsabilizarse por poner de manifiesto ante el gran público que esa práctica es incorrecta y no representa el concepto, y deben ser capaces de modelar las maneras correctas de hacerlo, y de formar a cada vez más personas en y para ello, y de difundir sistemáticamente contenidos que demuestren cómo se hace correctamente y las consecuencias de no hacerlo así, etc, etc. Y mientras esa actuación influenciadora vaya creciendo y cosechando buenos frutos, lo anterior irá ocurriendo ante una base cada vez mayor de públicos conocedores del concepto, y potencialmente interesados en su puesta en práctica.
El propio Amalio ha abordado esto de un modo bien interesante, en un artículo anterior al que hoy comento, así:
“…me gustaría advertir que no tengo nada contra aquellos que usan el palabro ‘Marca Personal’ como mero constructo pedagógico para ayudar a la gente a transmitir mejor (y ganarse la vida con) una identidad auténtica que emana de fortalezas genuinas. El nombre no me gusta nada, insisto, pero si el contenido es bueno, estoy dispuesto a ser menos tiquismiquis.
La contribución de estos profesionales, ‘los buenos’, la valoro positivamente si: 1) ayudan a las personas a descubrir sus potencialidades, lo que más les gusta hacer y hacen (realmente) mejor, 2) les orientan para que esas virtudes se transmitan de un modo eficiente y coherente. Esa labor, desde luego, puede ser de utilidad para mucha gente. Con eso no se hace daño a nadie, pero siempre que se gestione desde una perspectiva sistémica, de satisfacción personal, y no como un mero artefacto de marketing”.
Eso de que habla el distinguido y respetado colega Amalio es, precisamente, impartir formación y/u ofrecer asesoría en personal branding, más allá de que lo denominemos de uno u otro modo por un asunto de gustos o preferencias; como un ejemplo interesante entre muchísimos posibles, sugiero revisar el ya mencionado proyecto Ponte en Valor, de mis amigos y colegas Eva, Guillem y Fran. El proceso incluye un grupo mucho mayor de temas, obviamente, pero las primeras esencias van por ahí, junto a la identificación de las necesidades a las cuales cada quien propondrá soluciones (propuesta de valor) y las aportará (contribución, o aporte de valor), a través de lo cual se posicionará en la mente de quienes haya elegido, recibido, utilizado y valorado positivamente dicho valor (posicionamiento de marca personal).
Y uno de los principales objetivos de la formación o asesoría en personal branding (sí, muyyyyyyyyy de acuerdo: la bien hecha por los buenos), es preparar a los alumnos o clientes para EVITAR A TODA COSTA el cálculo y la construcción forzada de identidades, y más bien al contrario, trabajar y gestionar su marca desde la autenticidad, desde su verdadero yo personal y profesional (porque como muy bien Amalio plantea, ellos 1) ayudan a las personas a descubrir sus potencialidades, lo que más les gusta hacer y hacen (realmente) mejor, y 2) les orientan para que esas virtudes se transmitan de un modo eficiente y coherente). También, para establecer los procesos de mejora continua que sean requeridos para poder ofrecer sistemáticamente al entorno la mejor combinación posible de atributos, potenciales y competencias; y por supuesto, para visibilizar todo ello de las maneras correctas y ponerlo a disposición de quien lo necesita, en forma de valor. Como dice Guillem en su interesante respuesta a Amalio en los comentarios del post: “Muchos prefieren verlo como una exaltación del ego, y es porque únicamente retienen la parte de visibilidad. Es algo absurdo, como creer que debajo de la parte visible de un iceberg no hay nada”. Eso es mala praxis. La verdadera gestión de marca personal no es eso que Amalio justamente critica.
En la entrevista de 2012 antes citada, nos dice Andrés lo siguiente: “Una persona tiene una marca personal y un personaje tiene otra marca personal. Un buen ejemplo puede ser la marca personal de Harrison Ford y su marca corporativa de Indiana Jones. Si estamos creando un personaje no estamos creando una marca personal. La marca personal tiene que ser ante todo auténtica”. Autenticidad que niega por completo la posibilidad de “calcular la identidad” que vamos a ofrecerle al mundo, por cualquier vía y en cualquier soporte. Lo que otros ven de nosotros debe ser el más fiel reflejo de lo que somos, hacemos y logramos nosotros: de eso se trata la verdadera gestión de marca personal. Construir limpiamente el mejor yo personal/profesional/social que seamos capaces de construir, y ofrecerlo diáfanamente al mundo que nos rodea como fuente de valor para aportar soluciones, marcándolo así con lo mejor de nosotros.
Porque además, quienes hacen tales cosas deberían pensar inclusive en los peligros a los que se someten al hacerlo; y el no pensar en ellos nos deja muy claro que no están gestionando nada realmente personal, sino únicamente un disfraz: ni más, ni menos. Pues como nos legó Lincoln, se puede engañar a todo el mundo una parte del tiempo, o a una parte del mundo todo el tiempo; pero no es posible engañar a todo el mundo todo el tiempo. Y como he dicho antes, la verdad, terca como es, tarde o temprano aflora y desenmascara. Basta que aparezca UNA oportunidad en la que deban demostrar en la práctica todo o parte de lo que han venido vendiendo como propio sin serlo, saberlo, saber hacerlo, tenerlo, etc…¿Y entonces?
Quiero precisar un poco más este importante aspecto, acerca del cual las confusiones son muy frecuentes.
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define identidad como “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás” y “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”. Ambas acepciones funcionan de modo exacto en la línea en que vengo desarrollando el punto, y reafirman el hecho de que “la construcción de una identidad calculada” es una falsificación, que obviamente, no puede ser equivalente a la marca personal de nadie, primero, porque no la refleja en su genuina realidad, y además, entre otras varias cosas, porque dicha marca no se basa únicamente en los rasgos personales ni es definida en, desde ni por la autoconciencia de la persona en cuestión. La marca personal de alguien la definen quienes rodean a esa persona y reciben el impacto de lo que ella es, hace y logra, a partir de lo cual la analizan, valoran y posicionan en sus mentes de una u otra forma, en uno u otro sentido.
El propio Diccionario nos define imagen pública como “Conjunto de rasgos que caracterizan ante la sociedad a una persona o entidad”. Las palabras clave aquí son: ante la sociedad. O sea: podemos tener una autoconciencia o una percepción de nosotros mismos que vaya en un determinado sentido (nuestra identidad), pero ello no necesariamente significa que seamos precisamente eso para quienes nos rodean. Es más: dependiendo de múltiples factores, puede suceder que para ellos seamos lo opuesto (una excelente herramienta de análisis de esta posible disonancia -entre varias existentes- es la famosa ventana de Johari). Y por otra parte, la imagen es definida a través de rasgos; las actuaciones que desarrollamos -aplicando algunos o todos esos rasgos, o sea, nuestras características personales, y también nuestras competencias profesionales-, y los resultados que obtenemos integrando espontáneamente lo que somos y lo que hacemos -o sea, siendo nosotros mismos y comportándonos como somos en cada espacio de acción: estudio, trabajo, familia, sociedad, etc.-, configuran un conjunto que se queda en la memoria de quienes nos rodean (memoria que es definida por el Diccionario como “Facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado”), gracias al cual nos posicionan de una u otra forma, y que les permite recordarnos y acudir -o no acudir- a nosotros en situaciones en las cuales podrían requerir nuestros servicios, o que simplemente les hagan evocar una frase dicha por nosotros, o un error que hayamos cometido, o algo positivo o negativo que alguien más les haya dicho acerca de nosotros, o el aporte de valor que hayamos sido capaces de hacer y que se haya traducido en soluciones…y un laaaaaaaaaargo etc. “Eso” se llama marca personal, y entre otras varias cosas, integra nuestra identidad, nuestra imagen, el recuerdo que dejamos en los demás, el posicionamiento que conseguimos en sus mentes, etc., etc., etc. Y en términos mercadotécnicos y de negocios, esa marca define mucho de nuestras oportunidades profesionales, especialmente en este mercado cada día más saturado de ofertas y más escaso en oportunidades.
Un “detalle” más, en tono interrogativo. Si coexistimos profesional o socialmente con un grupo de personas, ¿qué hay de malo ni de negativo, o por cuál motivo y en qué medida nos convierte en farsantes -o cualquier opción equivalente-, el hecho de que hagamos a conciencia un proceso de mejora personal, que nos permita ser para quienes nos rodean la mejor persona y el mejor profesional que seamos capaces de ser, lo cual nos posicionaría en sus mentes como alguien que tiene algo valioso para darles y permitiría que puedan recibir, utilizar y aprovechar el valor que podemos, debemos y queremos aportarles -y vivir decentemente de ello, si es el caso-, sin que ello implique ni signifique dejar de ser nosotros mismos, imitar a otros, falsear nuestra imagen, manipular nuestros atributos ni perder nuestra autenticidad?
Amigo lector:
Hasta aquí la segunda entrega de esta serie de artículos. ¿Qué piensas acerca de los dos temas abordados hoy?
La semana entrante (el próximo viernes, para ser exacto) te propondré mis respuestas a la siguiente y muy compleja pregunta:
- ¿Hacer personal branding correctamente nos convierte necesariamente en seres individualistas?
Hasta entonces, y en espera de tus opiniones, comentarios y valoraciones en cualquier sentido, te dejo el más cordial brand/abrazo de tu siempre amigo,
Docente desde 1984 (32 años de carrera). Profesor universitario desde hace 22 años, en las áreas de Administración, Educación, Psicología Organizacional y Comunicación Corporativa, a nivel de grado, postgrado y educación continuada. Consultor gerencial, académico y político. Asesor de Branding Personal. Comunicador. Trabajo como docente para la Universidad ISA (Santiago de los Caballeros), donde imparto desde 2012 la materia Comportamiento Organizacional. Asesoro y evalúo Trabajos de Grado, Monográficos, Tesinas y Proyectos hasta el nivel de Maestría, y corrijo textos diversos en el ámbito organizacional y académico.