Jose I Bonaparte
Giuseppe Napoleone Buonaparte, o como ha sido conocido por estos lares, Pepe Botella, tiene un extraño récord: el de haber sido seguramente un magnífico rey, y por supuesto el mejor alcalde de Madrid después del habitual tópico con el que se nomina a su predecesor Borbón, Carlos III. Sin embargo, ha pasado a la Historia como un usurpador ambicioso y borracho. Dejó marca, pero no la que se merecía. Y es que a la hora de trabajar una marca personal, no todo está en nuestras manos.
El omnipotente Napoleón había nombrado a su hermano mayor José, rey de Nápoles previamente antes de hacerlo de las Españas, aunque no dejó de ser un justo premio a quién había hecho una carrera espectacular, no a la sombra del Emperador, sino a su lado. Le acompañó en la Campaña de Italia en donde el Pequeño Corso empieza a hacerse grande, y durante muchos años fue el perfecto diplomático ante varias cortes y repúblicas.
Su biografía no es ciertamente la de un advenedizo, y fue en muchas ocasiones la mano derecha del amo de Europa. No en vano descansa a su diestra también en una no tan visitada tumba en Los Inválidos parisinos, con todos los honores y boato tan del gusto francés.
Cuando fue designado para ser rey acorde a un sistema de juramento ad hoc (pues la carajera que habían montado entre Carlos IV y su hijo Fernando VII había convertido a España en una monarquía sin rey), quiso serlo acorde a una legislación que intentaba fuera moderna, otorgando el olvidado y breve Estatuto de Bayona, que sería el marco constitucional dado en 1808 para las Españas y las Indias (sic).
No reconocido ante las Cortes y la mayoría de las Juntas de gobierno existentes (estamos ya en plena guerra contra el francés), intentó ponerse manos a la obra queriendo dejar una impronta personal con la que fuera aceptado y aún querido por su pueblo. Y se puso a tomar decisiones para modernizar, no sólo su reino, sino hasta su capital. Y lo logró… aunque nunca han sido reconocidos sus logros. Es más, poca gente podría decir alguno pese a que muchos los habrán disfrutado viajando a Madrid, y desde luego, ningún madrileño reconocerá tales como propios del hermano borracho de Napoleón… aunque realmente tampoco nunca bebiera.
¿A quién no le sorprendería el saber que el archiconocido Museo del Prado fue idea y fundación del bueno de José? El llamado Museo Josefino intentaba incluso parar el expolio de obras de arte a Francia, y crear unos museos reales abiertos para todos. Cierto que al final, cuando huyó a uña de caballo, acabó siendo cómplice de tal expolio con el conocido como “Equipaje del Rey José”. Aunque lo más gracioso es que acabara recuperado por los ingleses del Duque de Wellington (Generalísimo y Grande de España)… y por tanto con sede hoy en día de tales obras en Londres, claro.
¿Quién podría decir que algunas de las plazas más emblemáticas de la Villa y Corte fueron promovidas por él, como lo son la espectacular de Oriente y la populosa de Santa Ana? ¿Qué el origen del Ministerio del Interior está en el Ministerio de Policía creado por él? ¿O que negoció incluso (no dejaba de ser un diplomático con una experiencia más que probada), con la poderosa jerarquía eclesiástica la desaparición de la Inquisición de manera en que hasta el pueblo quedara reconocido como sujeto aquiescente en la abolición de una institución no tan popular ni arraigada como se supone?
Pese a las grandes avenidas, el crear auténticos pulmones mediante derribos y creaciones de tantas plazas (con las que se ganó otro mote: el Plazuelas), aumentar la salubridad de la urbe echando fuera mataderos y poniendo los cementerios extramuros, la capital no tiene siquiera una mísera calle que lo recuerde. Por no hablar de que pese a ser, según todas las crónicas, una persona amable, cortés y educada, pasara su estancia española en soledad, y pasado su nombre en estos pagos como ejemplo de usurpador e intruso, y hasta de beodo. Este fue José I Bonaparte. O Pepe Botella. La marca de un rey que posiblemente hubiera sido un gran rey y que, desde luego, fue un gran alcalde para Madrid. Al menos ahí dejo su impronta en sus obras. No es mal legado.
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Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Complutense de Madrid, y doctorando en Ciencia Política. Politólogo especializado en Asuntos Europeos y Geopolítica por las Universidades de Oxford, Deusto y Lovaina. Escritor. Experto en Ayuda Humanitaria, con una especial expertise en asuntos de Cooperación Civil y Militar. Comunicador en radio y prensa escrita sobre temas variados, que van desde los aspectos menos conocidos de la Cooperación al Desarrollo, la Historia, Literatura o temas de Estilo y Protocolo.
Que disputaran Carlos IV y su hijo Fernando por la corona de España, no fue lo que la dejó sin corona, sino de lo que se aprovechó Napoleón para conseguirlo, y luego embutirla en la cabeza de uno de sus hermanos, como antes había hecho con otras.
José Bonaparte aceptó ser rey de los españoles como un ascenso en el escalafón, como antes aceptó ser rey de Nápoles. Fue uno más de la aristocracia de nuevo cuño, que su hermano había creado con militares y políticos, para sustituir a la que los franceses había guillotinado. Y no por eso se sintió más español, que antes napolitano, francés o corso.
Fue un rey temeroso que huyó dos veces de España, la segunda para no volver. Tan temeroso que hizo construir una galería para poder escapar del Palacio Real en caso de apuro.
Sus intentos de acercarse al pueblo resultaron inútiles, a pesar de reinstaurar las corridas de toros que Godoy había prohibido, y de permitir el acceso gratis a ellas del pueblo.
Las grandes plazas y avenidas, las creo a costa de derribar iglesias y conventos. Y es que fue él quien introdujo en España el culto al lobby de la escuadra y del compas.
Lo cierto es que el Museo de El Prado fue un proyecto de Isabel de Braganza, la segunda mujer de Fernando VII. Y es que ciertamente casa mal que luchara contra el espolio de los generales franceses, en lo que francamente fracasó, y los tesoros que luego abandono cuando tras lo de Vitoria, huyó de los ingleses.
Por cierto, esos tesoros que no pudo llevarse a Francia, y que Belintón el general inglés confiscó. Por tres veces intentó Belintón entregárselos a Fernando VII, hasta que finalmente éste se los regaló, como bien merecido premio a sus desvelos. Hoy pueden verse en Londres, en el museo de la casa de Belintón, y apreciarse la verdadera condición de la honradez, del que tanto se valora por cinco años de reinado.
Eso sí, otro vino que bueno le hizo.