El que sabe hablar sabe también cuándo Arquímedes de Siracusa
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Cuando nos censuramos para “encajar”
¿Alguna vez has sentido que no encajabas? Probablemente, en mayor o menor medida, alguna vez has notado que no encajabas en algún lugar, situación, reunión de trabajo, evento… todos nos hemos sentido así en algún momento.
Como seres sociales, los humanos necesitamos”encajar”… o mejor dicho… no “desencajar terriblemente”. Esto es lo que conocemos como conformidad.
La conformidad es una especie de “influencia social” invisible (pero irresistible) que nos empuja a cambiar comportamientos (e incluso actitudes) para cumplir normas sociales no escritas, de las que nadie habla, pero que simplemente existen. Eso nos lleva, en la mayoría de los casos, a no opinar, a quedarnos callados en situaciones en las que quizás lo más apropiado sería aportar nuestra opinión. Un silencio irracional sin un propósito lógico, producido simplemente por el deseo de “seguir encajando”.
Tenemos dos formas de afrontar estas normas de conformidad y aceptación: Podemos tomarlas como una pérdida ante nuestro deseo de diferenciarnos de los demás y reafirmarnos como un individuo único, que toma sus propias decisiones; o por el contrario, podemos aceptarlas como parte de nuestra condición social y ponernos manos a la obra para trabajar en nuestras competencias sociales, para lograr un equilibrio entre nuestro deseo de encajar (influencia social normativa, Deutsch y Gerard, 1955) y nuestra necesidad de tomar nuestras propias decisiones.
Aprender a caminar en las redes
Si hay un sitio ‘social’ que ha emergido en nuestros días de manera contundente, impactando en nuestra forma de relacionarnos, este es el que se configura por las redes digitales… que ya son parte de nuestra vida.
Las Redes Sociales, como su nombre indica, son entornos sociales donde las personas interaccionan unas con otras. Y como todo entorno social tiene sus peculiares características.
Es importante que seamos conscientes de que no nos comportamos igual en todos los contextos, ni en todos los momentos, ni con todas las personas (en un aula, en una biblioteca, en una discoteca, durante una reunión de trabajo, con un grupo de amigos, con nuestro jefe…), nuestra comunicación cambia y se adapta según el escenario.
En los entornos digitales no íbamos a ser menos, y nuestro estilo de comunicación se adapta a este contexto, en formas y maneras… una formas y maneras que hemos tenido que aprender sobre la marcha… como quien tiene que aprender a andar por un planeta nuevo.
Una palabra u otra
Está claro que las palabras crean realidades. No es igual verlo ‘negro’ que verlo ‘blanco’, aunque nos refiramos a lo mismo. Es más, ni siquiera es lo mismo verlo ‘gris’. La realidad tiene tantos colores como ojos que la miran.
En este punto, si las palabras crean realidades, resulta interesante preguntarnos qué nos hace elegir una palabra y no otra… posiblemente sea una cuestión de aprendizajes, valores y principios, internos e inconscientes, que operan desde lo más profundo de cada uno sin que nos demos cuenta… aunque al final se dejen ver a través de nuestras decisiones, conductas y actitudes
Así, no es igual utilizar la palabra “autocensura” que “autorregulación”. La una y la otra, aún refiriéndose a lo mismo, generarán dos realidades distintas… aunque, desde un punto de vista práctico, el hecho que se da es el mismo: la contención consciente de una expresión o una acción en un determinado contexto.
La autorregulación es percibida como positiva, consciente y elegida, y además hace más fuerte la voluntad; y la autocensura suena a represión de algo que quiero decir o liberar… forzando a la persona a un punto en el que no se siente cómoda…
…ambos enfoques son propios de nuestra participación en entornos sociales.
¿Te autocensuras o te autorregulas?

Los silencios comunican
Cuando hablamos de comunicación no sólo hablamos de palabras, también hablamos de las pausas y los silencios que la integran.
De una forma u otra, lo llamemos autocensura o autorregulación, los silencios conscientes también comunican.
Los silencios están cargados de significados, tanto para el emisor como para el receptor, y es una habilidad necesaria el saber identificarlos, escucharlos y utilizarlos de forma consciente y pertinente.
¿Estamos obligados a contestar siempre?, ¿a dar nuestra opinión siempre?, ¿a expresar nuestro desacuerdo o malestar siempre?… Probablemente, siempre, no.
Cada silencio dice algo. Es imposible no comunicar incluso cuando no decimos nada.
Lo primero que se me viene a la cabeza
En nuestro día a día, normalmente, no tiene sentido comunicar sin filtro alguno lo primero que se me viene a la cabeza. Sobre todo si además en un momento determinado estoy en desacuerdo, molesto u ofendido. Dejarse llevar por alguno de estos estados de ánimo puede generarnos una factura demasiado alta, y con una buena dosis de arrepentimiento “por las palabras dichas”. Es una cuestión básica de Habilidades Sociales.
El camino más adecuado, para evitar que esto suceda, es parar, reflexionar y después comunicar, es decir, gestionar la propia comunicación, “autorregularnos”.
Gestionar adecuadamente nuestra comunicación implica pensar qué quiero decir, para qué quiero decirlo, a quién, cuándo, cuánto, cómo… e incluso con qué intensidad. Es más, también es importante decidir cuándo no hay nada que decir (que como hemos dicho anteriormente, también es una forma de comunicación).
Y esto ocurre tanto en la vida real… como en las redes. La Red es un medio de comunicación y, a la vez, es una prolongación de nuestra vida, aunque a veces no lo parezca y la confundamos con un altavoz para expresar lo que pensamos y sentimos sin ninguna consecuencia.
Soledad en apariencia
Uno de los mayores peligros cuando hablamos en la red es que lo hacemos como una continuidad de un diálogo interno. Se te viene algo a la cabeza, en el mejor de los casos lo piensas… y luego lo escribes. Aparentemente no hay nadie, solo tú y tu idea… y, aunque sepamos que nos estamos expresando públicamente, los destinatarios en este momento están tan indeterminados que es como si no existieran.
Esta expresión de nuestro diálogo interno hace que lo que escribamos vaya impregnado de la carga emocional que lo acompaña, sin filtro ninguno, porque parece que no hay nadie… parece que estás tú solo… y que las consecuencias de lo que dirás serán similares a las de un comentario hecho entre dientes, que nadie escucha.
El contexto individual en el que una persona participa en las Redes Sociales le puede generar la falsa percepción de que ‘lo que dice’ lo dice para él mismo o para unos destinatarios concretos y definidos, o incluso que tendrá control sobre su propio mensaje, los destinatarios a los que llegará, el sentido con el que se interpretará, etc… nada más lejos de la realidad.
Así, con la idea de que uno está hablando para sí mismo, es posible que pueda aparecer con más potencia la sensación de “autocensura” cuando en realidad se esté tratando de un ejercicio de “autorregulación”… el conflicto, entonces, está abierto: “¿Por qué me tengo que callar lo que pienso?”
Una adecuada gestión emocional
Sin duda, el primer paso para gestionar la propia comunicación es una buena gestión emocional, considerando un principio básico: escuchar nuestras emociones, pero no dejarnos arrastrar por ellas, sobre todo si estamos en “carga emocional”.
Además, es importante tener en cuenta que gestionar no es mentir, ni mostrar una imagen diferente a cómo somos, ni decirle a los demás lo que quieren escuchar o hacerles la pelota para conseguir algo a cambio.
Hagamos una distinción en este punto: autocensurarse, implica obligarse, de algún modo, a no comunicar, pero con una emoción muy intensa de fondo, es decir, me callo pero por dentro estoy que exploto, mordiéndome la lengua y las emociones me dominan en un sentido negativo. Por otro lado, autorregularse implica gestionar la emoción primero y luego decidir si comunicas o no comunicas, con qué propósito, qué mensaje voy a lanzar y cómo lo voy a hacer.
Cuando me autocensuro me siento prisionero, cuando me autogestiono me siento libre, aunque al final opte igualmente por no expresar mi opinión.

Si las palabras tuvieran alas…
En la red se puede hablar de todo, con respeto y siempre valorando las posibles consecuencias. Si las consecuencias no te interesan, te pueden perjudicar, pueden ser nocivas para otros o no las quieres asumir, entonces, es necesario reflexionar antes de actuar.
Gestionar adecuadamente la comunicación en la red merece un esfuerzo de atención mayor. Una toma de conciencia de que no estamos solos, de que nuestro mensaje ya no será nuestro cuando salga de nosotros pero sí las consecuencias que origine, de que cualquiera puede ser nuestro receptor… de que las redes no solo informan de lo que piensas, también responden.
Comunicar también es decidir “en qué guerras me meto”, “no entrar al trapo a todo”, aprender a “ignorar las provocaciones”, saber de antemano cuando decido meterme en un charco y cuando no… y esta capacidad de decisión es la llave de una comunicación efectiva, y esta llave la puedes llamar “autocensura” o “autorregulación”… tú decides…
Recuerda, si las palabras tuvieran alas… ¿dónde desearías que te lleven?.
Post colaborativo de Fran Segarra (Ponte en Valor), Almudena Lobato (Personas en Positivo) y David Barreda (Procesos y Aprendizaje)
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