¿El valor de tu marca o tu valor como marca? por @Prof_EstradaMSc

Saludos cordiales, amigo lector. Nuevamente contigo en el prestigioso espacio de blogging de  Soymimarca, y dando como siempre muchísimas gracias a su tremendo e impactante equipo, por la oportunidad de compartir mis contenidos desde este blog que tanto y tan bien marca.

Hoy inicio esta nueva propuesta para ti, precisando ciertos elementos relativos a mi enfoque de trabajo sobre el tema de la marca personal (o más bien a los enfoques que considero válidos, pues ni soy para nada el único que los aplica, ni mi forma de trabajar es de mi exclusiva autoría o propiedad, ni cosa parecida), antes de adentrarme en el análisis de su  valor como activo generador y desarrollador de impacto humano. Abordaré el rol y la importancia de lo conceptual en el personal branding, desde la construcción hasta la valoración práctica de los conceptos asociados al tema; y luego, me adentraré en la incidencia y el impacto de lo simbólico en este campo, desde los conceptos y los modos en que los abordamos y aplicamos al valor de una marca personal. Todo ello, obviamente, desde mi perspectiva de análisis, que no tiene porqué ser, necesariamente, la tuya; y ojalá así sea, para que juntos podamos debatir, proponer, aprender, crecer y aportar. Avancemos, pues.

Conceptos y símbolos en branding personal: ¿el valor de tu marca, o tu valor como marca?

La importancia y el papel de los conceptos

Algunos de los colegas y amigos con quienes comparto y cultivo (muy a gusto y muy honrado) cierto espacio profesional en este mundo maravilloso del personal branding o branding personalel proceso de gestión de la marca personal-, así como varios colegas docentes en las Universidades en que laboro, y hasta cinco o seis clientes “de avanzada”, me han preguntado en diferentes momentos por qué dedico tanto trabajo, tiempo y espacio a conceptualizar sobre el tema, siendo este tan esencial y básicamente práctico, y requiriendo de mi parte, tal vez, abordajes más “directos”, “sencillos”, “digeribles” o “ligeros” (los estoy citando textualmente). Otros, al contrario: insisten en la necesidad de hacer lo que hago del modo en que lo hago, y han calificado mis textos, en sentido positivo, como “densos”, “completos”, “abarcadores”, “complejos”, etc.

Respetando obviamente (y agradeciendo mucho) ambas miradas,  me decanto por la mejor combinación que me sea posible conseguir entre ellas; porque lo denso, completo, abarcador y complejo, no tiene que resultar obligatoriamente pesado, indigesto o complicado de entender, analizar, y luego, si es pertinente, aplicar. Y la logre o no, procuro tal combinación conscientemente en cada nueva propuesta: intento cultivar lo que en una de ellas, aquí mismo, he denominado y analizado como “voz propia”, pero sin perder de vista lo que en otro trabajo y espacio he propuesto y sustentado, al plantear que la principal función estratégica de un blog es educar.

Y mi priorización del abordaje conceptual se debe, sencillamente, a que toda práctica profesional se basa en el dominio de conceptos, y su aplicación a/en contextos determinados a través de ciertos métodos y técnicas; y hay que tenerlos muy claros para que los procesos involucrados en la práctica aporten los resultados deseados/esperados. Pero también se precisa hacer todo ello con estilo propio, de forma realmente personal, incorporando la impronta de lo aprendido y aprehendido antes sobre el tema y contrástandolo con lo existente en el nuevo escenario de intervención; porque cada uno es diferente y aporta elementos nuevos a la práctica, aunque “solo” se deriven de que son otras las personas implicadas (lo cual es, de hecho, fundamental, especialmente en intervenciones desarrolladoras de personas). Y en este decurso, se aprende y profundiza sobre los conceptos, se diversifica nuestra capacidad para aplicarlos y contextualizarlos, y eventualmente, surgen nuevos que necesitan validación; por ello es esencial difundir y discutir sistemáticamente conocimiento a nivel conceptual.

Y por otra parte, no le hallo sentido alguno a aprender sobre algo y guardarse lo aprendido tal cual llegó, sin procurar darle una forma conceptual o metodológica propia, sin hacer esfuerzo alguno por aportarle algo de uno mismo, aplicarlo a los diversos ámbitos en que nos movemos, y así,  enriquecerlo en lo posible; y luego, por supuesto, compartirlo y ponerlo al alcance de quien lo pueda requerir (con o sin lucro incluido, que el conocimiento tiene mucho valor, y por tanto, un precio; pero ya eso es tema de situaciones y decisiones a nivel individual). Y todo lo dicho, me resulta aplicable a cualquier campo, pero especialmente a uno tan novedoso y en pleno crecimiento teórico/metodológico como el personal branding.

Y precisamente porque lo estudio, lo investigo y lo trabajo en la práctica como consultor y formador desde hace varios años (gracias a lo cual puedo proponer un poquito al respecto), ni siquiera concibo la idea de que se pueda –ni, obviamente, se deba– asesorar o formar personas en ello sin un sólido dominio teórico y metodológico de los fundamentos de la  marca personal y su gestión. Porque tanto el tema marca, como el tema personas, tienen muchísima ciencia detrás (y encima, y debajo, y a los lados, y sobre todo, por delante), como soporte conceptual y metodológico de todo lo que en ambos campos se ha hecho, se hace y se hará. Y no imagino cómo alguien puede trabajar la integración individual, mercadotécnica y social de estos ámbitos temáticos, sin un conocimiento suficiente y validado  sobre qué es, cómo está conformado y cómo funciona cada uno de ellos, y cómo ambos pueden ser orgánicamente integrados en un concepto único y de carácter sistémico denominado marca personal.

Te menciono y explico muy brevemente algunas de las razones que me mueven a trabajar lo metodológico, y construir lo práctico, desde lo conceptual (y por supuesto, a proponerte hacer lo mismo):

  • Nada tan práctico como una buena teoría: imposible hacer algo bien, sin saber qué es, de qué se trata, qué abarca, cómo se hace, y cómo puede impactar una vez logrado el resultado. O sea: los conceptos son las principales herramientas y recursos de/para cualquier trabajo.
  • Sin teoría no hay metodología pertinente ni práctica efectiva posible: son los conceptos los que determinan los métodos y técnicas a aplicar, y definen su pertinencia. Es más: cada método o técnica está basado/a en conceptos de los cuales se derivó su creación. Y por supuesto, tales métodos y técnicas determinan en mucho la calidad y efectividad de la praxis a que se les aplica.
  • Demasiados fracasos se deben a debilidad conceptual: no conocer ni comprender cómo funcionan las cosas en un campo determinado, ocasiona verdaderas cegueras que causan, por ejemplo, aplicación de métodos y técnicas erradas, desconexión causa/efecto, ruptura del vínculo análisis/síntesis, ausencia de pertinencia y efectividad, entre otros claros motivos de fracaso profesional.
  • No dominar los conceptos básicos del campo trabajado, descalifica, desprestigia y desvaloriza: lo peor que puede pasar es que un profesional de tal o cual campo venda servicios y no sepa explicar con claridad, amplitud, profundidad y cierta dosis de originalidad, ya sea a un jovencito estudiante universitario o a un científico consagrado y prestigioso, qué es lo que vende, cuál es su esencia, de dónde viene eso y cómo le puede ayudar en su desarrollo.

¿Qué te parecen estas razones? ¿Las compartes? Y en tal caso, ¿cuáles otras nos puedes aportar?  Y si no, ¿por qué, y qué nos propones al respecto?

La construcción y diseminación conceptual

El conocimiento sobre la marca personal y su gestión es generado, difundido, aplicado y validado, básicamente, del mismo modo que ello ocurre en cualquier otra área. Muy someramente (y con las obvias variaciones asociadas a campo, método, tema, tecnología, cultura  y otros aspectos), así:

  • se observa e investiga en el campo;
  • se identifican situaciones, problemas, buenas y malas praxis, etc., etc;
  • se formulan teorías sobre cómo puede o podría funcionar y mejorar el ámbito temático en cuestión y las variables de origen, proceso y resultado que han sido o son estudiadas;
  • se escoge una muestra y se aplican en ella las proposiciones teóricas, dando cuidadoso seguimiento a su comportamiento y resultados;
  • se arriba a conclusiones sobre la validez, funcionalidad, pertinencia, viabilidad, impacto y contribuciones de las teorías propuestas;
  • se difunden y presentan en diferentes foros y espacios de variada índole los métodos aplicados, los resultados obtenidos, las conclusiones a que se ha arribado, así como los potenciales impactos a escala social; y
  • se procura extender y validar tales resultados en la práctica social, mediante múltiples y diversos mecanismos, dependientes de múltiples y diversos factores.

Así suele funcionar el proceso (orden, detalles, pasos y esencias más o menos). Te lo ejemplifico de inmediato.

Un clásico del mismo origen que nuestro tema actual de análisis: la famosa y muy impactante saga bibliográfica sobre la excelencia en la gestión empresarial, iniciada por Tom Peters más de 20 años antes de hablar por primera vez de marca personal; fruto de un proceso investigativo exploratorio en campo (proceso comenzado ante la necesidad de opciones para una economía norteamericana urgida de salir de la crisis de competitividad de los 70). Primero junto a Bob Waterman (En busca de la excelencia), y luego con Nancy Austin (Pasión por la excelencia), el Maestro estudió por varios años las prácticas organizacionales en un numeroso grupo de empresas de la época (varias de las cuales son aún líderes en sus mercados, otro grupo subsiste en relativa calma, otras navegan en aguas procelosas, y algunas ya no existen, por diversas razones); e identificó, analizó, describió y caracterizó los mejores desempeños en diversas áreas de gestión, los que podrían y deberían ser generalizables y extrapolables a una mayoría significativa de las organizaciones, en pos de mejorar sustancialmente sus resultados.

Con todo ello, Peters conformó un modelo (la excelencia en la gestión empresarial) basado en 4 pilares fundamentales (clientes, personaL, innovación y liderazgo), acerca del cual evangelizó, instauró, capacitó, promovió, mostró y demostró a nivel internacional, con una lógica, unos resultados y un impacto que le convirtieron en el “gurú de gurúes”, y le hicieron ser calificado como el mejor amigo y la peor pesadilla de los negocios. Un modelo de gestión que trascendió época y espacios, que se convirtió en referencia mundial durante las dos décadas siguientes a su creación, que siguió autorrenovándose a la medida del cambio evolutivo y/o revolucionario en el entorno para sostener su pertinencia (Reinventando la excelencia, Nuevas organizaciones en tiempos de caos), y cuyas esencias, remanentes, secuelas y legados aún nos impactan desde la praxis de muchos de los mejores entes empresariales de hoy, casi cinco décadas después.

De ahí nace y nos queda como modelo el trabajo y la impronta de este gigante. Y en alguno de los textos de aquella saga (Nuevas organizaciones en tiempos de caos, por ejemplo, y posiblemente en otros), están, a mi juicio, los antecedentes casuísticos, conceptuales y hasta metodológicos de lo que hoy conocemos como personal branding, a cuya génesis llegó del mismo modo. Porque definitivamente, ese es el modo.

El único laboratorio válido y funcional para la investigación y la generación de nuevo conocimiento y/o nueva tecnología en temas sociales, económicos y de mercado, así como para su prueba y aplicación, su validación, y su extensión a la práctica social -en tanto soluciones a problemas y mecanismos de mejoramiento y/o crecimiento coyuntural y/o continuo-, es el contexto epocal y situacional en que confluyen sociedad, economía y mercado,  juntos o por separado. No hay otro espacio posible para ello. Así lo ha hecho siempre Tom Peters, y así debemos hacerlo (cada quien a su nivel, y según sus posibilidades) todos quienes pretendamos contribuir y aportar en los sentidos aludidos u otros, sea cual sea el área de especialización y trabajo; en nuestro caso (Soymimarca, demás colegas, interesados y/o relacionados, y por supuesto, este humilde servidor), la marca personal y su gestión.

Con base en tales antecedentes, entro ahora al análisis del tema propuesto en el título de este post.

De lo conceptual a lo simbólico en el personal branding

En todo ámbito del quehacer humano con algún impacto de índole social, lo simbólico en el lenguaje utilizado juega un papel de enorme y significativa importancia. Porque los símbolos que utilizamos (sean expresados desde figuras lingüísticas, o con giros idiomáticos, o mediante cualquier otro de los “formatos” aplicables), definen mucho del modo en que asumimos  y practicamos los modelos, los conceptos, los métodos, las técnicas, y dicen bastante a los públicos sobre nuestra posición respecto al tema de que se trate.  No debe olvidarse (siguiendo al gran filósofo Hans-Georg Gadamer, entre los padres de la escuela hermenéutica), que la esencia de lo simbólico es el autosignificado; y para Paul Ricoeur, otro grande de la filosofía moderna, el símbolo es una expresión de doble o múltiple sentido, que requiere un trabajo de interpretación que haga explícitos los múltiples significados que lo componen.

Esto implica, aterrizando el concepto desde ambas visiones magistrales a nuestro espacio temático, que cada quien emite lo que quiere comunicar del modo (estilo) y en la forma (símbolos) en que mejor cree que puede “funcionar” (ser captado, interpretado, comprendido, aplicado); y su receptor lo percibe, visibiliza, analiza, entiende, sintetiza (o sea, decodifica el símbolo), y luego aplica la información recibida y procesada, desde su propia perspectiva individual.

Me encantan los sencillos y exquisitos abordajes que en este sentido propone en su blog (que recomiendo, junto a sus otros trabajos) mi gentil amiga y muy competente colega, reconocida experta en Netiqueta y Oratoria Emocional, la Doctora en Comunicación Mar CastroLas palabras generan simpatías, provocan reacciones, logran apoyos, construyen realidades, crean percepciones, lideran. A través de ellas mostramos nuestros valores, pensamientos y sentimientos, y expresamos nuestra realidad. Un poco más adelante, lo dice así: “las palabras incluyen, activan, integran, definen, construyen, suman”, y también, citando al gurú Frank Luntz, “lo importante no es lo que dices sino lo que la gente entiende”. De enfoques como estos nace, a mi juicio, lo importante -más bien decisivo- de saber escoger los símbolos que desde nuestro verbo oral y escrito nos expresan como humanos.

Y la marca personal es un excelente ejemplo de cómo lo simbólico define y hasta determina enfoques, abordajes y estrategias para nuestra relación con el mercado (en tanto categoría económica y/o conjunto de personas potencialmente demandantes de los bienes y servicios que ofrecemos), con la sociedad -desde su rol macro de agrupación de individuos y sistema de relaciones humanas-, y entre nosotros mismos, como humanos conviviendo en sociedad e intercambiando a nivel de mercado.

Por ejemplo, al hablar de marca personal estamos simbolizando (bajo el concepto marca, que proviene de otro ámbito temático), un modelo o mecanismo de incidencia, influencia e impacto de una persona sobre otras en una o más situaciones, contextos y momentos determinados; pero existen y son debatidas varias interpretaciones diferentes del concepto y sobre cómo entenderlo, aplicarlo y gestionarlo.

Y en la misma línea, pero sobre otro aspecto, está vigente y en marcha un interesante debate (no necesariamente directo ni frontal, pero no por ello menos marcado) sobre si la marca personal se es, se crea, se deja, se porta, se tiene, se descubre, o varias de estas opciones en secuencia o simultáneas, y posiblemente alguna más. Y en cada una de esas formulaciones –al margen de si son o no adecuadas, tema que abordo ampliamente en otro trabajo de muy próxima salida– estamos proponiendo simbólicamente una posición, desde nuestro abordaje personal del tema. Por ejemplo:

  • Si somos marca, ella nos define y en cierto sentido determina lo que hacemos, pero al mismo tiempo deriva de lo que somos, hacemos y logramos; o sea, tiene también de resultado.
  • Si la tenemos, es una posesión, un bien, un activo.
  • Si la creásemos, sería una obra propia, y en ciertos sentidos, también un resultado.
  • Si la dejamos, ella es un resultado y/o un impacto… y así sucesivamente.

Y cada persona que ha sido, es y/o será parte de alguno de los públicos relacionados con el tema, puede visualizar y aplicar esto en/desde su propia esencia, situación y praxis; de ahí que, para lograr y mantener verdadera pertinencia, y la básica homogeneidad conceptual y metodológica necesaria en función del mercado, se requiera la construcción de consensos sobre tales conceptos y enfoques.

Es, pues, vital, tener muy clara la perspectiva conceptual y metodológica desde la cual asumiremos nuestro proceso de branding personal, el posicionamiento, localización, uso y destino que en el mismo daremos a nuestra marca, y la definición de los símbolos a utilizar para comunicarlos y proyectarlos al entorno con total claridad y credibilidad, y así poder ser reconocidos, valorados, etc., etc., a partir de ello. Y si trabajamos como asesores en el tema, la importancia de esto al menos se duplica, pues manejamos el simbolismo en función del proceso de personal branding del cliente y nunca dejamos de hacerlo con nuestra propia marca; por lo cual, además, debemos cuidarnos de no propiciar ni permitir imitación ni sesgo alguno en este sentido. Cada marca personal es única y así debe serlo su simbología.

Con estos elementos claros, avancemos al punto principal.

Aplicando conceptos y símbolos: ¿el valor de tu marca, o tu valor como marca?

La marca personal es, básicamente, un tema de calidades, valor e impacto. A partir de la calidad de persona que tú eres, y de la calidad con que haces lo que haces, logras resultados de una cierta calidad y aportas un valor determinado, que será mayor o menor en la medida en que se corresponda más o menos con la necesidad/demanda de quien lo recibe. Este aporte de valor te posiciona en su mente de uno u otro modo y se convierte en el germen generador, multiplicador y difusor del impacto de tu marca personal; y desde ahí, la valoriza, ya sea cualitativa o cuantitativamente, o de ambos modos. Con todas las consabidas consecuencias que de ello se derivan.

Esto significa que, sí o sí, tienes que aprender a gestionar tu marca desde una perspectiva de valor.  Para hacerlo, necesitas tener claro cómo enfocar el tema; y aquí surge a mi juicio una disyuntiva conceptual y metodológica, que parte desde lo simbólico analizado algunos párrafos atrás: o gestionas el valor de tu marca, o gestionas tu valor como marca. Analicémoslo juntos.

La diferencia entre gestionar el valor de tu marca y gestionar tu valor como marca, puede parecer sutil (de hecho, tal vez lo es, en una primera mirada); pero cuando profundizamos un poco, podemos apreciar lo muy poderosa e importante que resulta en lo práctico tal diferencia, mucho más allá de lo meramente estilístico, semántico o simbólico. Veamos por qué.

El valor de tu marca…

… nos habla de su impacto, pero ubicándola como algo externo a ti. Así, la marca te pertenece.

Vista y simbolizada de este modo, tu marca es una posesión, algo de que dispones y que utilizas, un objeto o artefacto intangible separado de tu ser, un recurso competitivo “externo” que manejas, un activo que aplicas a procesos, un conjunto de atributos que gestionas con sentido de propiedad, como cualesquiera otros: dinero, tecnología, vehículos, inmuebles, etc. Cosas que “tienes”.

Pero resulta que, vista, pensada, sentida, proyectada y gestionada así, tu marca es tuya, porque la posees, mas no eres tú. Es solo un artificio mercadotécnico; no te abarca como ser humano en toda tu complejidad. Concentrarte en ella desde esta perspectiva y gestionarla así, te conduce a valorizar con prioridad -y por supuesto, intentar destacar- aquello que desde ti marca o podría marcar con más fuerza a tus públicos; te induce a decantar y escoger algunos elementos de ti y de tu accionar, y a darles preferencia en la gestión por sobre el resto de ti mismo.  Es decir: de algún modo, simbólicamente, te “desintegras”.

Dicho de otro modo, no te propones tú en tu complejidad inevitable: propones únicamente tus áreas de mayor competencia e impacto de mercado, esas que sabes y/o sientes que pueden funcionar mejor, tal como priorizarías los productos de un stock con mayor potencial de salida. Y obvias (deliberadamente) el resto: tus falencias, tus debilidades, tus brechas, todo lo cual hace parte de ti, e integra y define junto a tus fortalezas tu propia marca personal (he abordado esto en otro artículo, sustentando entre muchas cosas que  gestionar y comunicar marca personal no significa endiosarnos ni vender perfección imposible).

Y lo digo así, de forma tal vez dura, porque, sencillamente, no puedo creer que lo ignores.  Porque si no te conoces bien a ti mismo… ¿cómo trabajas branding personal, sea para ti o para otros?

Y eso, a nivel práctico, definitivamente funciona, al menos a corto plazo (porque puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo¡Salve, Lincoln!-) . Pero a nivel ético… ¿qué crees?

Veamos la alternativa.

Tu valor como marca…

… nos habla de tu esencia, como parte tuya y desde dentro de ti, desde ti mismo: es tu valor como persona que marca su entorno merced a determinados elementos. Así, la marca eres tú.

Y es tu esencia la que causa el mejor y mayor de los impactos posibles, porque tus públicos no quieren partes o zonas o fragmentos tuyos: te quieren a ti, a la persona no fragmentable ni desglosable ni divisible que eres tú. Una de cuyas aristas (o dos, o tres, o diez, o más) les aporta valor en uno o más ámbitos desde una perspectiva esencialmente mercadotécnica… pero ese valor no nace solo de zonas determinadas de un ser humano, sino (necesariamente) de su integridad e integralidad, de lo que ese ser es, hace y logra, y del impacto que integrando todo ello puede materializar sobre esos públicos (en calidad de sinergia), en tanto persona con ciertas y diversas competencias humanas, profesionales y sociales que sistémicamente combina para aportar, marcar e impactar.

En mi trabajo La marca personal de los expertos, propuse hace algunos meses una especie de fórmula sobre el modo en que las personas que nos rodean suelen visualizarnos, hablar de nosotros y de cómo les marcamos (una suerte de ampliación de la célebre definición de Jeff Bezos sobre la marca personal, excelentemente abordada por el Maestro Guillem Recolons en su artículo de 2012 que aquí te he enlazado), de la siguiente forma:

“Fulano es una persona así, así, y así, que proviene de tal contexto y estrato, y ha crecido y ascendido de este y aquel modo; trabaja de esta forma, hace tales y cuales cosas, se relaciona de tal manera, etc., etc.; y a través de todo eso, ha logrado esto y aquello, ha fracasado en esto otro, se ha convertido en alguien con estos atributos y resultados, lo vemos, percibimos y sentimos de tal manera, nos inspira de este modo y nos impacta de este otro”.

¿Lo ves? Es que somos, simultánea y sistémicamente, una historia, un presente y una promesa de futuro; y todo aquel que nos rodea, aunque no la haya vivido a nuestro lado, se interesa por saber de nuestra historia para entender nuestro presente, y desde este último, procura proyectar nuestro posible futuro. Pues comparte nuestro camino y no desea caminar al lado de desconocidos. Por seguridad, por confianza, por proyección propia, por potencial de desarrollo, por afecto personal y por mil otras razones.

Y en función de ello, no solo ven lo que les “vendemos”: nos ven enteros, con todo lo que somos, hacemos y logramos; porque todo está a la vista (o resulta muy fácil de hallar, especialmente hoy), lo queramos o no.

Es más: puedes estar seguro de que nos ven diferente (y generalmente peor) si al “vendernos” solo hacemos visible lo bueno y procuramos ocultar lo negativo. Por eso he planteado recientemente que no propongo esconder los defectos. Sencillamente, demostrar que lo que tenemos para ofrecer como valor, en lo humano y en lo profesional -o sea, lo mejor de nosotros-, sobrepuja ampliamente lo que no nos favorece de nuestro ser y hacer. Y muy especialmente, que en el vínculo profesional con quien nos escoja, todo lo mejor de nosotros estará sobre la mesa y será volcado al desempeño para aportar el máximo valor posible. Y también, en otro trabajo anterior, que “un cliente nos querrá a su lado cada vez más, y por más tiempo, si nos percibe y nos siente más humanos y menos dioses”.

Te propongo un ejercicio sencillo y breve, enfocado puntualmente al tema que aquí nos ocupa.

Imagina que inicias una consultoría en personal branding (muy esclarecedor este post de la reconocida experta Arancha Ruiz). Contratado, digamos, por un joven ejecutivo de una empresa local, quien está interesado en posicionarse en el mercado de recursos humanos, para optar por nuevas opciones laborales y profesionales fuera del país en que ambos viven. Y en el proceso, mientras aplicas tus técnicas y van avanzando, salen a relucir facetas tuyas que resultan desagradablemente sorprendentes  a tu cliente, porque directa o indirectamente te preguntó o se interesó por ellas en el proceso de selección y contratación, y no las mencionaste ni dejaste ver el menor indicio de su existencia, y menos aún de su posible impacto en la relación de negocios.

(Porque hay quien obvia, o peor aún, minimiza de modo prepotente, la inteligencia y capacidad perceptiva de los clientes de personal branding. Un grave error. ¡Pues el mero hecho de serlo, ya demuestra mucho a su favor!)

¿Cómo crees que se sienta tu cliente?  ¿Cómo te sentirías tú, si fueras él? ¿Coincides con mi punto, o difieres? ¿Cómo lo ves y analizas tú?

Como lo expresé en mi primer artículo en este espacio, es simplemente crítico entender que estamos vendiendo a la persona que somos, o sea, un conjunto integrado, una unidad compleja, orgánica y sistémica de principios, valores, creencias, motivos, actitudes, conductas, competencias, aspiraciones y metas. Nuestra marca es todo eso, se proyecta al entorno desde tal nivel de complejidad, pues todo cuanto hacemos y  deja huella, deriva necesariamente de la integración de esos componentes. Cualquiera de ellos que no sea tenido en cuenta al identificar y configurar la marca personal, o al diseñar y aplicar su modelo de gestión y marketing, puede sesgar y hasta falsear el sentido de lo que ofrecemos, porque cambiaría la realidad que somos.

Esa es la esencia de que te hablo, y que define tu valor como marca. Tu marca personal vale tanto como lo que tú eres capaz de ser, hacer y lograr desde y por el ser humano y el profesional que eres, y también tanto como el modo en que con todo ello logras impactar en tu entorno y sostener en el tiempo ese impacto, hacerlo (hacerte) perdurable, y trascender tu tiempo/espacio (dejando un legado, para decirlo con el gran  Stephen Covey -y el suyo es enorme, dicho sea de paso-).

Y este valor tuyo como marca no puede ser medido, evaluado, cualificado y cuantificado únicamente en dinero (aunque al final, mercadotécnicamente hablando, tal valor se expresa y/o refleja siempre en esa magnitud financiera, en diversos sentidos; pero no es ese el objeto temático de este post).

Tu valor (que no tu precio) como marca personal, se expresa, entre otras diversas vías -y te las expreso en sentido positivo-, así:

  • A través de la calidad integral de tus relaciones humanas en todos los espacios que frecuentas, y la confianza que generas en todas esas personas que te ven, perciben y sienten como confiable.
  • Mediante tu nivel y calidad de contribución profesional en tu campo de expertise, junto a la oportunidad y pertinencia del valor que aportas, sea con intervenciones o con contenidos, o ambas.
  • A partir de los resultados que logras alcanzar en cada tema que abordas, ya sea su impacto sobre ti mismo o sobre tu entorno.
  • Desde los diversos modos en que ofreces tu modelo de actuación personal/profesional como ejemplo aplicable en plan mejora, y las múltiples formas en que educas para y a través de ello.
  • Desde las diferentes maneras en que integras las cuatro anteriores, y las propones, enseñas y “vendes” a tus públicos – sin autobombo, alarde ni prepotencia- como un modelo sistémico/estratégico válido y funcional para la gestión efectiva de una marca personal.

En función de estos y otros posibles criterios, y desde la óptica mercadotécnica, tu valor como marca define y determina unas posibilidades de acción/logro y unas expectativas de precio, que deberán tener algún punto de encuentro, contraste, ajuste y consenso con las que tus clientes potenciales o reales tienen, a partir de lo que saben y/o han recibido antes de ti (relación calidad/contribución/precio), y eventualmente comparándolo con lo proveniente de otros profesionales que compiten en tu campo. Pero puedes estar muy seguro de que la componente estrictamente profesional de tu valor como marca, no será suficiente para ser elegido. Te eligen personas, para trabajar con personas, servir a personas, utilizando y aplicando tecnología y conocimiento generados por personasen fin, el mar, “extrapolando” ese muy breve y tan sólido verso del Poeta Nacional de mi Cuba bella, Nicolás Guillén.

La componente humana es esencial. Simplemente, te define; y como si fuera poco, integra y subsume a todas las demás, porque ninguna de ellas sería, ni marcaría, sin la humana. Pues para ser un profesional de verdadera excelencia, primero es preciso ser una buena persona. Y no solo te lo digo yo: así lo afirma nadie más y nadie menos que el célebre científico y académico de Harvard  Howard Gardner, creador y promotor de la no menos célebre teoría de las inteligencias múltiples. Una marca personal de rotunda y definitiva autoridad en este tema.

En reciente intervención en La Vanguardia, ante la pregunta del entrevistador: “¿Por qué hay excelentes profesionales que son malas personas?”, dice Gardner:

Descubrimos que no los hay. En realidad, las malas personas no pueden ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes”.

Contundente, ¿verdad? Y te comento algo: el mercado lo sabe, y actúa en consecuencia. Hazlo tú también. ¡Un gran abrazo!

 

Imagen: Unsplash

 

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