A modo de introducción
Amigo lector:
Recibe mi más cordial y cálido saludo en este nuevo encuentro nuestro, aquí, en El Blog de Soymimarca, medio de comunicación líder del personal branding en lengua española durante una década, y donde desde 2016 tengo el privilegio de proponerte mis ideas sobre la marca personal y su gestión efectiva; compartiendo espacio, para honor mío, con muchos de los más importantes expertos en este tema en nuestro idioma.
Como lo hago en cada una de mis publicaciones desde el pasado 2020, quiero iniciar este texto con un mensaje de solidaridad hacia quienes han sufrido o sufren de cualquier modo los efectos de la terrible pandemia que aún nos golpea a muchos en el mundo, especialmente, con aquellas personas que han perdido a algún ser querido; y ahora con más fuerza y fe, pues lo hago en calidad de sobreviviente del COVID. Al igual que cada día desde que esto inició, y como lo haré cada día hasta que termine, elevo una oración por todos ellos, porque puedan recuperarse y seguir adelante.
Dicho esto desde el alma, te comento que con el post que estás leyendo inicio una nueva serie de tres trabajos en Soymimarca, que posteriormente publicaré como un libro digital en mi espacio destinado a ello. Utilicé aquí mismo esta modalidad en 2019 (siguiendo la muy acertada sugerencia de Guillem), con la serie En defensa de la marca personal, que constó de cinco artículos. Y actualmente estoy desarrollando otra en mi blog/web de Medium, titulada «curiosamente» ¡NO ME CONTRATES!, y que cuando salga al ruedo el post que ahora mismo lees, debe andar por su cuarto capítulo publicado, de un total de 14. En ella te propongo –nada más y nada menos– 50 razones por las que un profesional de estos tiempos podría -¡y debería!- negarse a trabajar para un empleador o cliente; y lo menciono porque como podrás ver más adelante, parte de todo eso está conectado con mucho de lo que estaremos analizando en la serie cuya publicación inicio aquí hoy.
Entremos al tema de esta serie de trabajos: cómo y cuánto ocupamos y/o deberíamos ocupar nuestra agenda de trabajo, los profesionales que trabajamos prestando nuestros servicios fuera de la cobertura de las «sombrillas organizacionales». Analizaremos diferentes aspectos que atañen a este interesante tema, y te plantearé un grupo de ideas y unas cuantas interrogantes al respecto.
Debo aclarar lo siguiente: aunque eventualmente mis propuestas puedan funcionar en otros ámbitos, ellas están enfocadas principalmente a lo que denomino «la industria de los servicios profesionales de apoyo a la gestión de capital humano, tecnológico, organizativo y social» (Estrada, 2021). O sea, salvando las distancias, con ciertas adecuaciones y con algún que otro matiz, a una amplia y bastante bien determinada «zona» (o si lo prefieres, un «segmento») del estratégico sector productivo que el gran visionario Peter Drucker llamó «los trabajadores del conocimiento«. Ellos, en el contexto temático aquí abordado, gestionan, desarrollan y aplican el conocimiento en intervenciones generalmente externas –que también pueden ser internas, o mixtas-, sobre múltiples entes productivos individuales, organizacionales y sociales. Y mientras se ganan la vida en el proceso, les ayudan –entre otras cosas– a
- identificar problemas,
- diseñar modelos, sistemas y herramientas,
- trazar, implementar y validar estrategias, y
- construir o facilitar la construcción de soluciones desarrolladoras en sus propios procesos de aportación de valor de utilidad social, a través de la gestión y aplicación del conocimiento en sus diversas realidades.
Una de las lógicas de intervención más comunes y practicadas en esta industria, de forma explícita y/o implícita, incluye elementos como los siguientes (orden y detalles más o menos, según el caso y tema de que se trate):
- Partir de los conceptos existentes y de las realidades esperadas.
- Con base en ellos, analizar las realidades presentes.
- Identificar y establecer la brecha entre los dos aspectos anteriores.
- Diseñar soluciones para eliminar o minimizar la brecha. Estas pueden ser conceptuales, estratégicas, metodológicas, operacionales e instrumentales (pueden caber otras opciones), o cualquier combinación entre dos o más de estos tipos; y con la presencia del factor humano en cada una de ellas, por ejemplo, en el orden competencial, motivacional, relacional, decisorio, etc.
- Aplicar y validar las soluciones generadas; y cuando ello es requerido,
- Acompañar a la entidad intervenida en sus procesos de desarrollo posteriores a la implementación de la solución generada, e inclusive en los que requiere para implementarla, si fuera el caso.
En otros trabajos que tengo en proceso amplío y profundizo estas ideas; te avisaré cuando los publique.
El sector profesional del que hablo está integrado por consultores, formadores (en diferentes tipos y niveles de educación que llegan al postgrado en sus más altos estadios), asesores, mentores profesionales, coaches, así como profesionales de la comunicación, la informática, el diseño, y otras actividades en similar espectro, cuyos procesos y productos contribuyen de múltiples formas a mejorar la efectividad de la gestión de los cuatro grandes capitales arriba mencionados (humano, tecnológico, organizativo y social), así como a su rentabilización. Si tú eres uno de ellos (o aspiras a serlo), lo que desde hoy comparto en esta serie de trabajos puede ser de tu interés profesional.
Y te propongo algo: si buscas la respuesta corta (muy corta) a la pregunta del título, espera un par de semanas a que publique la tercera parte y ve directamente a sus conclusiones, jejeje. Pero si prefieres revisar diferentes insumos que te pueden ayudar a comprender tu propia situación y establecer tu posición en el tema, analizar cómo yo he llegado a la respuesta que te expongo, y por supuesto, si te interesa construir con sustrato y sustento genuinos tu propia respuesta a esa compleja pregunta (creo que esa será la única respuesta realmente válida y potencialmente efectiva para ella: la tuya), pues…acompáñame a lo largo de la serie. Espero te resulte una lectura útil, y (ojalá) agradable.
Y sin más preámbulo, paso a desarrollar el contenido que hoy tengo para ti. Gracias por ser, por estar, por acompañarme hoy y siempre.
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Tiempo, agenda y competencia
Desde hace mucho se viene dando un debate interesante en diferentes medios (excelentes blogs incluidos), acerca del factor tiempo, su utilización y su rentabilización, por parte de los profesionales que ofrecemos nuestros servicios de forma independiente, sin la cobertura de las «nobles» y «protectoras» «sombrillas organizacionales» (evidentemente ironizo, jejeje; pero como en todo, en esto caben y existen las excepciones). Variables como la planificación y organización del trabajo, la profesionalización permanente, la atención y dedicación a la clientela, la gestión de la productividad y la efectividad, y el autoliderazgo enfocado a la mejora continua del desempeño y los resultados –entre otras varias-, han estado, están, y seguirán sobre la mesa, en lo tocante al sector que menciono.
Porque los trabajadores «independientes» (lo entrecomillo debido a que esa independencia nunca es completa en lo temático, ni absoluta en lo operativo), también conocidos como autónomos, autoempleados, freelancers, emprendedores, etc., etc. –este último muy inexacto, porque ser emprendedor es una actitud y no depende del tipo de trabajo que hacemos, ni de si somos o no «cuentajenados» (ecos de Andrés), ni de su modalidad contractual-, cada vez somos y seremos más, dependiendo de cada situación de cada país, su legislación aplicable y otros diversos factores. Esta es una tendencia global que ya parece irreversible, y que cuenta con el soporte de un mercado que se encuentra en expansión constante para los servicios que ofrecemos en dicha modalidad laboral.
NOTA AL MARGEN. Quiero precisar algo sobre la independencia entrecomillada arriba. Sucede que los profesionales supuestamente «independientes» DEPENDEMOS para trabajar de un montón de cosas (factores externos): de la información que nos provee el entorno, de la formación que nos aportan las instituciones dedicadas a ello, de las múltiples regulaciones a las que tenemos que ajustarnos, de los bancos y otras diversas instituciones que nos proporcionan fondos, y MUY ESPECIALMENTE, de los clientes que pagan nuestros honorarios (y que muchas veces no tenemos la opción de rechazar, aunque no sean los clientes que querríamos atender), etc., etc., etc…Entonces, ¿de cuál bendita independencia estamos hablando? FIN DE LA NOTA.
Comenzando el análisis, hablemos un poco sobre la competencia (como categoría y como proceso), y sobre su influencia en la gestión que hacemos de nuestro tiempo de trabajo profesional. Obviamente, me referiré al proceso consistente en competir, y no a los conocimientos, las habilidades y las actitudes que caben en el concepto de competencias, que son las que nos hacen competentes al aplicarlas, y que al final, serán las que nos permitan competir con algunas posibilidades y probabilidades de éxito.
Competir o no competir: ¿es esa la cuestión?
Para mí (cuidado, herejía en camino), no tiene mucho sentido que los profesionales del sector al que me refiero prioricemos tanto sobre otros temas la competencia entre –o contra– nosotros mismos, especialmente cuando operamos a escala global. En todo caso, creo que en lugar de andar buscando o inventando «contrarios potenciales» entre quienes están allá afuera trabajando y tratando de aportar valor al mercado y a la sociedad, tenemos que competir cada día contra quienes fuimos, lo que hicimos y lo que logramos el día/mes/año anterior, si queremos mantenernos de forma competitiva en el mercado; y todos los días tenemos que aprender nuevas lecciones sobre cómo superarnos a nosotros mismos, y llevar dichos aprendizajes a la práctica. Esa es la única garantía razonable –si alguna existe– de que seamos exitosos en nuestro trabajo, sea cual sea la definición que cada quien asuma del muy personal e intransferible concepto de éxito (te sugiero revisar más tarde lo que propone hace poco al respecto alguien tan creíble como el gran experto y muy exitoso multiemprendedor digital Carlos Bravo).
Porque esa historia de «competir» contra otros colegas que también trabajan en la modalidad de autoempleo o como se llame eso, sobre todo si lo hacen en contextos geográficos y culturales diferentes al nuestro, mmmmm…Honestamente, yo no le veo mucho sentido, al menos en las formas en que se lo aborda por parte de numerosos colegas cuya producción leo, veo y escucho desde hace años. Puede suceder (y de hecho, sucede) si se dan las condiciones necesarias; pero muchísimas veces -creo que la mayoría de las veces– tales condiciones no se dan, y aún así, seguimos pensando y hablando en términos de «competencia» cuando ella no es objetivamente posible.
Te propongo algunos elementos para sustentar mi posición, basándome, a modo de ejemplo, en el trabajo que muchos de los profesionales abarcados en este texto hacemos sobre la marca personal.
La consultoría, la mentoría, la asesoría y la formación en personal branding son actividades profesionales que van creciendo basadas en una amplia diversidad conceptual, y mediante la aplicación de diversos modelos que incorporan múltiples métodos, y cada uno de estos, diferentes técnicas; y no todos funcionan de la misma forma en los diversos contextos donde son o podrían ser aplicados. Entre otras razones, por las siguientes:
- Diferencias educacionales entre los entornos.
No todos los clientes potenciales de intervenciones en marca personal tienen la misma formación y trayectoria educacional, y ello incide sobre sus diversos modos de asimilar y aplicar los conceptos en un ámbito profesional tan novedoso, complejo, multitemático, y a veces controversial.
- Diferencias culturales entre los entornos.
No todos los clientes potenciales de intervenciones en marca personal proceden de contextos culturalmente similares, muchos ni siquiera parecidos; y ello impacta sobre sus creencias, asunciones y valoraciones acerca de diferentes temas contenidos en el branding personal como proceso, y en la marca personal como su resultado.
- Diferencias económicas entre los entornos y entre los individuos que viven en ellos.
No todos los clientes potenciales de intervenciones en marca personal tienen igual acceso a los recursos económicos que hacen falta para hacer personal branding «bien hecho», ni sus ámbitos de residencia y trabajo son igualmente receptivos y comprensivos ante tales necesidades, ni proclives a proveer las soluciones de lugar o las oportunidades para acceder a ellas; y no me refiero a elementos de lujo, sino inclusive a lo básico. Me consta lo que afirmo.
- Diferencias en el acceso a la tecnología.
No todos los clientes potenciales de intervenciones en marca personal disponen de igual posibilidad de acceso a la tenencia y uso de los artificios tecnológicos necesarios para hacer personal branding en el entorno digital, siendo Internet la principal plataforma de comunicación, marketing y negocios del mundo, la principal «vidriera global» del talento, y el principal espacio de gestión competitiva, entre otras principalías de que goza.
Todo ello puede propiciar que las intervenciones consultivas a efectuar por parte de profesionales del personal branding en un entorno X, no tengan la misma acogida ni similar efectividad en él, que las que tienen en el suyo de origen. Porque a ese consultor, mentor, asesor o formador, se le puede hacer difícil o tomarle mucho tiempo interpretar la realidad de ese otro contexto (y actuar o proponer con base en ella), de la forma relativamente sencilla en la que interpreta la suya propia; es más, dentro del contexto «diferente», habrá diferencias importantes entre los clientes que residen en áreas más avanzadas económica o tecnológicamente y aquellos que lo hacen en zonas de menor desarrollo –diferencias que el profesional interviniente no maneja de modo habitual, porque donde actúa ellas no están presentes-; y esas diferencias también introducen variables que pueden generar desviaciones, distorsiones y sesgos en los procesos. Todo ello impacta necesariamente sobre las intervenciones y sus resultados, y por supuesto, sobre las condiciones del proceso competitivo. Y también por supuesto (jejeje), nuestros clientes no tienen la culpa de que seamos «extraños« allí, ni tiempo para esperar por nuestro «aprendizaje cultural«. ¿Verdad que no?
Y además, retomando el punto: siendo «prácticos», creo que actualmente hay y durante muchísimo tiempo habrá mercado más que suficiente para los servicios profesionales que prestamos, mucho más allá de nuestros propios decursos vitales. Todos nosotros trabajamos, desde diferentes perspectivas y con múltiples metodologías, sobre el ser humano y sus diversas interacciones e integraciones con el entorno humano, socioeconómico, mercadotécnico, tecnológico, político, cultural y medioambiental que le rodea; y en una época en la que el cambio es y seguirá siendo la primera gran constante (aparte de NOSOTROS, claro), resulta que la necesidad de intervenciones como las que definen, configuran, dan cuerpo y sentido a esta gran industria, no hará sino crecer, inclusive de forma exponencial. Baste una leve mirada a la realidad que nos está dejando la pandemia a escala individual, familiar, organizacional y social, y con un énfasis especial en la esfera laboral y en el mercado, para darnos plena cuenta de ello.
Pareciera que algo o alguien me estaba «avisando» o «iluminando» (jejeje), cuando hace seis años, en mi trabajo Marca personal: ¿»creación» o gestión?, escribí lo siguiente:
«…no nos preocupemos por la competencia. En todos y cada uno de los ámbitos de acción profesional imaginables, hay espacio y mercado más que suficiente para todos nosotros (basta mirar en derredor con vista y mente analítica y crítica). Solo debemos demostrarle al mercado que nos necesita a todos. Porque así es, pero el mercado no lo sabe. Aún.
Mientras más difusión, notoriedad y validez demos al tema que profesionalmente trabajamos, más crecerá la demanda, como traté de explicar anecdóticamente en la primera parte de este post. Y sencillamente, sea cual sea el campo, no daremos abasto. Pero para ello, todos debemos cultivar la profesionalidad y alcanzar un expertise sustentable y demostrable, reflejado y proyectado en una marca personal creíble y muy honesta…«.
¿No te parece que esa realidad de inicios del 2016, sigue siendo válida seis años después, amigo lector?
Veamos algunas interrogantes muy necesarias sobre el tema de la competencia entre colegas profesionales «independientes»:
- ¿Hacemos exactamente las mismas cosas?
- ¿Apuntamos exactamente a los mismos públicos?
- ¿Los marcos regulatorios estatales u organizacionales de nuestras actividades, son exactamente los mismos, generan las mismas posibilidades y opciones, y plantean iguales requerimientos y exigencias?
- ¿Ofrecemos, tal cual, los mismos o muy parecidos «productos» y servicios, a los mismos o muy parecidos mercados, para que sean consumidos por los mismos o muy parecidos clientes?
- ¿Aportamos valor de la misma forma, y además, es acaso el mismo valor, con igual potencial de aplicación y aprovechamiento, considerando que muchas veces nuestros clientes no comparten los mismos entornos, y estos no asimilan del mismo modo las diferentes aportaciones?
- ¿Ser competitivos significa exactamente lo mismo para todos, más allá del concepto (que obviamente, es uno), y aterrizando en los diferentes contextos?
Y si como parece obvio, las respuestas a todas o casi todas estas respuestas tienen muy alta probabilidad de ser negativas (casi certeza, diría yo, y tal vez sobre el casi) pues…
¿Por qué hemos de considerar a esos otros profesionales –inclusive, colegas de profesión– como «nuestra competencia», cuando ellos no afectan nuestra posición competitiva desde ninguna perspectiva, porque de hecho, no compiten contra nosotros?
Otras interrogantes, de índole más «individual», o mejor, «más personal», ya definirían otras cosas, que sí tendrían que ver con la condición competitiva y las posibilidades de cada quien en el proceso. Si todas o casi todas las respuestas anteriores fueran positivas, habría que saber cosas como estas:
- ¿Tenemos estilos iguales o muy parecidos?
- ¿Sus modelos y estándares de desempeño son como los nuestros?
- ¿Su formación y trayectoria profesional es como la nuestra?
- ¿Sus hábitos y rutinas de trabajo son similares a los nuestros?
- ¿Desarrollamos exactamente los mismos procesos?
Pero las respuestas a estas preguntas, si bien indican de forma más o menos precisa «cómo somos y trabajamos» a nivel individual, no definen el escenario de actuación ni las condiciones de trabajo, en los diferentes sentidos posibles. Por ende, no tienen que ver con si nuestros colegas y nosotros somos o no somos competidores, sino que ya siéndolo, si fuera el caso, incidirán en alguna medida sobre la posición competitiva que conseguiremos (porque sin trabajo no hay resultados, pero sin contexto tampoco). Y el análisis individual no es nuestro asunto aquí, sino el contextual.
Te lo simplifico con un ejemplo que está un poco fuera del contexto temático que nos ocupa, en modo propositivo/interrogativo:
Tres mecánicos automotrices, uno que vive en Senegal, otro en Australia y otro en Grecia: todos especializados en vehículos alemanes de ciertas marcas muy específicas, todos con mucha experiencia, gran desempeño y reputación excelente, todos muy bien posicionados en sus respectivos mercados, cada uno sirviendo a la clientela que ha conquistado en el espacio en que trabaja, y sujeto a la regulación impositiva y medioambiental de su país y ciudad…¿son acaso competidores entre ellos?
La respuesta es muy obvia, ¿verdad? No lo son, ni pueden serlo, porque aún siendo especialistas de excelencia en el mismo tema, viven en contextos muy diferentes y sirven a mercados completamente distintos. Por tanto, ninguno de los tres amenaza el espacio de incidencia ni la cuota de mercado de los otros. No compiten entre ellos.
Pues la misma lógica funciona en cualquier otro tipo de actividad profesional. Ser verdaderamente competidores (como categoría mercadotécnica) en un determinado campo y actividad profesional, depende del contexto tanto y hasta mucho más que de nosotros mismos.
Ahora sí: competidores
Para terminar de analizar esta cuestión, veamos un ejemplo diferente del concepto competencia, tomado del deporte: dos judokas en combate olímpico (👈 aquí te dejo al legendario campeón cubano Héctor Rodríguez, en el combate en que ganó la medalla de oro en las inolvidables olimpiadas de Montreal, en 1976, las olimpiadas de la mítica e inmortal Nadia Comaneci). Dos luchadores/artistas marciales que necesariamente han aprendido el mismo sistema de técnicas para combatir de pie y en el suelo (ello constituye un estándar mundial, y no se puede obtener los diferentes grados que determinan el nivel cualitativo de un judoka, sin demostrarlo). Ambos son claramente competidores haciendo exactamente lo mismo en el mismo tatami, utilizando el mismo vestuario, bajo las mismas reglas y con el mismo objetivo: procuran derrotar a su adversario, atacando, defendiéndose, evadiendo y contraatacando, tanto de pie como en el suelo. La victoria dependerá, esencialmente, de cómo cada uno sepa y pueda aplicar las técnicas que domina, de su capacidad física, de su valentía, de su concentración en la pelea, de cómo y cuánto haya estudiado previamente a su oponente, de su estilo e inteligencia competitiva, del sentido de oportunidad y la capacidad de reacción que manifieste, de su poder de recuperación para reponerse de un error y remontar una desventaja, de la voluntad guerrera que le haga sobreponerse al dolor de una lesión si fuere el caso, y de su motivación personal para vencer. En mi Cuba bella llaman a todo esto, cuando se manifiesta, ser un «atleta de competencia».
¿Te parece claro?
Te propongo otro ejemplo. Dos o más corredores, que también son competidores, en este caso, de 100 metros planos (👈 aquí te dejo, en acción dorada y recordista, al velocista más grande de todos los tiempos hasta el día de hoy –👈 en el artículo aquí enlazado analizo la trascendencia de su marca personal, junto a otras tres-, y tal vez por un par de siglos más: Usain Bolt). Ellos tienen que recorrer exactamente la misma distancia, cumpliendo exactamente las mismas reglas, en el mismo ambiente y bajo iguales condiciones, con un mismo y único objetivo: llegar primero a la meta. Dependiendo de la distancia a recorrer en la carrera, la victoria será de quien ostente la mejor condición física, haga la mejor salida, desarrolle mayor velocidad o manifieste mayor resistencia (o mantenga la velocidad necesaria durante mayor tiempo y distancia, lo que los especialistas llaman «resistencia de la velocidad», según recuerdo), y/o que aplique más inteligentemente la estrategia de carrera planteada para ese evento en particular.
El deporte es una actividad esencialmente competitiva: competir es su esencia. Por tanto, nos ofrece multitud de ejemplos para completar el análisis del tema que hoy trato para ti. Pero seguir incluyéndolos aquí alargaría demasiado este trabajo (cuando decidí no hacerlo tenía escritos otros 3 ejemplos, que involucran a Carl Lewis, Iván Pedroso, y los equipos de fútbol de Argentina y Bolivia, cada uno con bastante detalle explicativo); entonces, creo que lo mejor será escribir más adelante otro post dedicado a eso –en este mismo espacio, claro– y dejar el asunto hasta aquí.
¿Ves mi punto, amigo lector?
De eso se trata competir: tratar de vencer al adversario en el mismo escenario, debiendo ambos hacer las mismas cosas bajo iguales reglas y condiciones, y obteniendo la victoria quien las haga mejor. Cuando no se manifiesta dicha igualdad de condiciones y reglas (o sea, cuando el contexto no es el mismo), el concepto «clásico» de competencia NO ES exactamente el más aplicable, y obviamente, tampoco es válido considerarnos en tal situación como competidores de los demás colegas que trabajan en las mismas actividades que nosotros, pero en contextos y bajo condiciones diferentes a las nuestras. Y cabrían muchos más ejemplos demostrativos, pero este texto no trata de eso.
En el caso de los servicios profesionales, por ejemplo, los concursos y las licitaciones para optar por contratos con el Estado o con entidades privadas nacionales, regionales o globales, son un buen ejemplo de competencia. Igualmente, los concursos para optar por puestos de trabajo, posiciones directivas y técnicas, o estudios de especialización (como las residencias médicas). Y por supuesto, el propio mercado laboral, en su noción más amplia, constituye un escenario muy competitivo, donde generalmente, desde hace mucho tiempo, la oferta de empleos es muy inferior a su demanda y ello exacerba la intensidad de la competencia, elevando cada vez más –otra tendencia irreversible– los niveles de exigencia competencial, experiencial y resolutiva para los profesionales de prácticamente todos los sectores.
En mi libro digital Pues sí: ¡SOMOS MARCAS!, me he referido a esto de la siguiente forma (p. 141/142 ):
- La competencia. Mientras más aspirantes haya, y más parecidos sean sus respectivos niveles de profesionalidad demostrable y demostrada, la barrera llamada competencia será más alta para cada uno de ellos. Porque con los actuales niveles de acceso a la información y al conocimiento, cada vez mayores y con dificultad menor de procesamiento y utilización, diferenciarse y destacar por calidad profesional exige muchísimo más que antes.
- Las competencias. Mientras más elevado sea el nivel competencial exigible y/o exigido por las empresas que ofrecen puestos de trabajo, y/o por los organismos financiadores de proyectos, y/o por los clientes potenciales de servicios profesionales, etc., etc. (todo ello en virtud del valor que aspiran a producir y entregar al cada vez más exigente mercado de sus respectivos negocios, dado que el poder negociador de los clientes crece también de forma exponencial), mayor será la barrera que el nivel de desarrollo competencial significa para quienes aspiran a entrar. Porque las competencias deberán responder a las exigencias últimas del mercado al cual sirve el potencial empleador; y en una época en la que todo cambia tanto todos los días, y la tecnología establece prácticamente a diario nuevas y más exigentes cotas a alcanzar, tales competencias son necesaria y absolutamente móviles y dinámicas: nunca estáticas. Lo dejo hasta ahí.
- El nivel de conocimiento de las propuestas de valor. Mientras más conocidas sean las propuestas de valor de los diferentes oferentes que aspiran a entrar al mercado, y también, por supuesto, las de quienes ya están dentro, mayor será la altura que dicho factor tiene como barrera de entrada. Porque en virtud de ese conocimiento tan masivo, y muchísimas veces, además, indiferenciado, cabría que preguntásemos a cada uno de ellos (algo que Andrés reitera a menudo…: ¿Por qué debo elegirte a ti y no a otro cualquiera entre quienes hacen y ofrecen cosas muy similares a las que tú haces y ofreces? Y solo salvarán esta barrera los pocos capaces de responder con efectividad dicha vital interrogante.
Y todo esto es tan así, que hasta la lógica de la globalización ha ido exigiendo y requiriendo cada vez más la homologación de condiciones para normatizar la competencia en los diferentes mercados regionales y nacionales (creando ámbitos condicionales relativamente equilibrados que procuran espacio para una competencia más justa, dados los muy desiguales niveles de desarrollo y profesionalización entre países de «mundos» diferentes), o la adecuación de los nuevos concurrentes a las condiciones específicas de los mercados regionales o nacionales a los que pretenden entrar como competidores de quienes ya están allí. Y ello es visible en prácticamente todos los sectores, como lo puedes constatar al revisar la red; tanto como lo es el nivel de reactividad social negativa que se manifiesta cuando las legislaciones correspondientes no son lo suficientemente claras y bien enfocadas en este asunto. Pero tampoco procede efectuar dicho análisis en este trabajo.
Y si estás pensando que Internet globaliza y homogeniza el concepto de competencia y sus aplicaciones, al extremo de borrar fronteras nacionales y límites regulatorios, pues…NO. Al menos, no es así donde existe y funciona la debida regulación estatal del mercado y del entorno competitivo, como debe ser. La economía, el mercado, y la competencia, no pueden regirse por la ley de la selva: alguien debe definir y establecer un marco justo y equitativo –preferiblemente con nuestra participación, claro-, decirnos a los concurrentes cuál es ese marco, y hacer cumplir sus reglas. Todos (o más bien una parte, jejeje) estamos en la red, trabajamos en la red, colaboramos en la red, competimos en la red cuando procede, etc., etc…pero todos vivimos en uno u otro país a cuyas leyes tenemos que responder; y nuestros clientes extranjeros viven en algún otro y deben responder a las suyas. Lo otro son aberraciones.
Un suceso reciente relacionado con los aspectos anteriores, ha sido analizado por el reconocido profesor Dr. Enrique Dans en este artículo, donde aborda «el acuerdo para un impuesto de sociedades común del 15% para las compañías con actividad internacional«. Y como bien plantea el autor, «Un acuerdo así es, básicamente, un signo de los tiempos: en un mundo globalmente hiperconectado, muchas de las normas que lo regulan tienen que evolucionar para convertirse en globales» (negritas mías).
Porque los actores económicos provenientes del «primer mundo», han prevalecido históricamente en una llamada «competencia» donde realmente no se compite, porque a sus potenciales «competidores» no les es objetivamente posible competir. Y definitivamente, es de justicia procurar esta «otra» justicia.
Y que conste, yo no abogo por el estrechamiento asfixiante de los límites para hacer negocios, para nada: creo en la libertad competitiva, pero con un marco regulatorio justo, equitativo, y claro para todos, que sea de obligatorio cumplimiento por todos, e implique consecuencias serias por su incumplimiento. Obviamente (al menos por ahora), la única forma en que esto puede funcionar es que cada oferente que aspire a competir en un mercado fuera de sus fronteras nacionales, lo haga bajo la legislación nacional del país al que pretende entrar, o en su caso, bajo los acuerdos bi o multinacionales correspondientes, que por supuesto, deberán haber sido concertados teniendo en cuenta aquellas regulaciones. Obvio, ¿verdad? Entonces, es como te decía antes: el contexto determina esta historia.
En mi ya citado libro digital Pues sí: ¡SOMOS MARCAS!, he propuesto un sencillo enfoque personal del concepto genérico competencia, el cual me resulta más pertinente al tipo de servicios profesionales de que hablo.
En este enfoque (y contexto temático), competir es
“…la colocación de nuestra propuesta única de valor, de modos ética y socialmente aceptables, al alcance de sus posibles beneficiarios como una opción potencialmente viable entre las disponibles para ellos, revistiéndola del nivel cualitativo y de los atributos necesarios para que ella pueda resultar pertinente, ventajosa, bien valorada, preferida, y eventualmente elegida, en los procesos de selección de ofertas que aquellos efectuarán para tomar sus decisiones de contratación” (Estrada, 2019; p. 144).
Como puedes apreciar, para mí la competencia no se trata de una guerra; solo de permitir a los potenciales clientes optar por lo que más les convenga, en cuantos sentidos sea necesario. Y el proceso no se basa en nuestros competidores: SE BASA Y SE SUSTENTA EN NOSOTROS, en lo que somos y seamos capaces de ser, hacer y lograr, y en el valor que podamos aportar gracias a eso.
O sea: para competir debemos centrarnos en crecer, en mejorar, en potenciar nuestro potencial de contribución. En NOSOTROS, no en los demás colegas.
Y aterrizando el concepto a mi contexto temático de hoy, todo esto tiene absolutamente todo que ver con la forma en que utilizamos nuestro tiempo, y por supuesto, con nuestra agenda de servicios profesionales.
Veamos algunos elementos:
- ¿Qué tanto nos «guiamos» por lo que hacen nuestros «competidores», y cuánto tiempo dedicamos a ello, en lugar de dedicar ese tiempo a conocer a fondo lo que necesitan nuestros clientes potenciales o actuales, y a construir e implementar soluciones que les aporten valor?
- ¿Cuánto tiempo dedicamos a «investigar y estudiar» lo que «ellos» hacen y cómo lo hacen?
- ¿Cuánta energía (y a veces, dinero) invertimos en eso, en lugar de canalizarlos hacia nuestro mejoramiento personal y profesional enfocado a satisfacer a nuestros clientes actuales, o a captar y fidelizar nuevos clientes?
- ¿Cuánto tiempo dedicamos a perfeccionar y diferenciar significativamente el valor que aportamos o pretendemos aportar?
- ¿Cuántas veces «copiamos» involuntariamente algunas prácticas ajenas –léase de nuestros «competidores«– por lo taaaaanto que las «observamos y estudiamos» (sea para imitarlas o para superarlas), en lugar de dedicar nuestro tiempo a fortalecer la competencia profesional propia, y a generar prácticas propias, originales, exclusivas, únicas?
Las respuestas individuales a estas y otras diversas preguntas que seguro han surgido en tu mente, determinan mucho el uso que hacemos del único recurso verdaderamente irrecuperable que tenemos: el tiempo, del que disponemos de 24 horas diarias durante toda nuestra vida, y ni un segundo más; y tenemos el deber de sacarle el máximo provecho posible. Nuestra agenda de servicios profesionales se ocupa y/o se llena combinando dos variables esenciales: actividades a desarrollar (con un gran grupo de añadidos y precisiones, of course), y tiempo a dedicarles. Y como ya sabes, estamos compartiendo acerca de la gestión que hacemos de nuestra agenda, así como sobre qué tanto debemos «llenarla», y también cómo, por qué, para qué, y con qué. Hacia todo eso avanzaremos en la segunda parte de esta serie.
A modo de conclusión
Amigo lector:
¿Qué te ha parecido esta primera parte, qué piensas sobre los conceptos y las ideas –algunas introductorias, y otras no tanto– que he compartido contigo hoy? ¿Te funcionan? ¿Coincides, o disientes? Y en cada caso, ¿por qué?
Dentro de algunos días (con la ayuda de mi querido amigo y colega Guillem Recolons, nuestro gentil anfitrión en Soymimarca, y su magnífico equipo de trabajo) te propondré aquí mismo la segunda parte de esta serie, en la cual abordaré para ti el siguiente temario:
A modo de introducción
Servicios profesionales, tiempo de trabajo, y aporte de valor al mercado
Algunas razones y dudas sobre la gestión de nuestra agenda:
- La salud
- La familia
- La profesionalización permanente
- Personal branding
A modo de conclusión
Luego de esa segunda, en la cual profundizo en el tema y varias de sus áreas de manifestación, vendrá la tercera, donde pretendo transitar desde lo analítico y valorativo, hacia lo propositivo, en forma de estrategias; siempre con base en las preguntas que me parecen clave, y en el análisis situacional que he ido efectuando. Y sin más por ahora, deseándote una feliz semana y una marca personal excelente, recibe como de costumbre el más cálido y cordial brand/abrazo de tu siempre amigo, Vladimir.
Imagen de David Schwarzenberg en Pixabay
Docente desde 1984 (32 años de carrera). Profesor universitario desde hace 22 años, en las áreas de Administración, Educación, Psicología Organizacional y Comunicación Corporativa, a nivel de grado, postgrado y educación continuada. Consultor gerencial, académico y político. Asesor de Branding Personal. Comunicador. Trabajo como docente para la Universidad ISA (Santiago de los Caballeros), donde imparto desde 2012 la materia Comportamiento Organizacional. Asesoro y evalúo Trabajos de Grado, Monográficos, Tesinas y Proyectos hasta el nivel de Maestría, y corrijo textos diversos en el ámbito organizacional y académico.