Tanto el personal branding, que es el método, como el resultado de la aplicación del método, que es la marca personal, incluyen en su definición la palabra persona. Ya sé que a través del personal branding buscamos la diferenciación para ser la opción preferente, pero me gusta pensar que esto solo es posible desde la persona. O sea, solo es posible personalizarse desde uno mismo. En este sentido, comulgo con lo que dice Andrés Pérez Ortega cuando dice que «el personal branding es, en primer lugar y ante todo, personal y luego branding». Las personas no somos marcas, somos personas. Pero, aclaro, no somos marcas en la medida que no llevamos una etiqueta o un logo cosido en las costuras, pero SÍ (con mayúsculas) somos marcas porque somos etiquetas en la cabeza de los demás.
Dicho esto, la gestión de la marca personal es un viaje que comienza desbrozando el camino para partir desde el que eres hasta descubrir el que realmente eres. Resumiendo, tienes una marca personal cuando eres capaz de gestionar eficazmente «quién eres».
Una de las definiciones de personalizar del Diccionario de la RAE es «dar carácter personal a algo». Efectivamente, para personalizarte y diferenciarte puedes pintarte el pelo de colores, tatuarte, ponerte un abrigo en verano o dar gritos en el metro contando quién eres o a qué te dedicas, pero me temo que en estos casos tu presencia en la memoria de los demás va a ser muy fugaz. Sin embargo, tienes la posibilidad de personalizarte gestionando lo más valioso que tienes, que eres tú mismo, tu persona. Puedes hacer un ejercicio de introspección y, más que gestionar tu identidad, hablaría de conectar con ella porque ya la tienes, solo tienes que escucharla, descubrirla y, acto seguido, gestionarla. Y no olvides que todo parte de ti.
En este punto no me queda otra opción que recordar la complejidad de lo que somos acudiendo a la etimología. La palabra persona proviene del latín y denominaba la máscara de un personaje teatral. Podemos extender esta definición hasta la palabra griega prospora, que nos remite al mismo significado que máscara. Estas máscaras son la expresión de la puesta en escena de cada uno de los sentimientos humanos. Esto significa que somos un conjunto de máscaras… Da que pensar, ¿verdad? Pero no olvidemos que esas máscaras expresan lo que somos, son la representación de nuestra auténtica verdad.
Pero profundicemos un poco más en el tema. Seguro que has escuchado hablar de los retratos de El Fayum. Estas pinturas sobre tabla de madera cubrían el rostro de las momias. Lo que realmente impresiona de ellas es su realismo y, sobre todo, la forma de los ojos y la mirada que transmiten. No debemos olvidar que son retratos creados para el tránsito al más allá, tan importante en la cultura egipcia. Responden, por tanto, a una versión a la vez real e idealizada del personaje que aún debe ser reconocido, y ser el que es para realizar el viaje más importante, el de la trascendencia. ¿Ves la bisagra que establecen estos retratos entre la representación de lo que uno es y lo que uno es auténticamente a través de una pequeña idealización? ¿Te das cuenta de que no se puede prescindir en ninguno de los viajes de lo que uno es, de la persona?
Personalízate.
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Enrique Rueda. Muchas veces los estudios que elegimos inicialmente nada tendrán que ver con nuestro futuro laboral. O eso es lo que creemos. Al tratarse de años cruciales, moldean nuestra forma de ver el mundo. Ese fue mi caso. Aunque estudié Historia del Arte y nunca he abandonado la crítica, me dediqué al marketing y a la coordinación de equipos comerciales, y dudo de que hubiera desempeñado mi labor de la misma forma si hubiera estudiado otra disciplina.